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—Vamos, Innie —el rubio tomó al mencionado de la muñeca para halarlo hacia las orillas del mar

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—Vamos, Innie —el rubio tomó al mencionado de la muñeca para halarlo hacia las orillas del mar.

Luego de aquella pequeña discusión, no hicieron más que ignorar a SungMin y sus intenciones de querer arruinar su día.

—No, espera, no me quiero mojar aún. — respondió entre risitas. — Nos falta ponernos bloqueador. — intentó excusarse.

Bang se detuvo y lo observó alzando una de sus espesas cejas. — Eres el peor mentiroso del mundo. — sonrió ladino para luego soltar una risa nasal. — Hace menos de media hora que nos aplicamos bloqueador.

—Uh, eso no es cierto. — desvío su mirada. — Hay que usar más. ¿Y si no es efectivo?

—¿Por qué siento que la verdadera razón de tu mentira es que no quieres meterte al agua? —inquirió divertido.

—¿Qué insinúas? —frunció su ceño de manera adorable—. Hey, no te burles —se quejó con puchero.

El rubio sonrió ampliamente y tomó ambas manos de Jeongin.

—Yo no he dicho nada malo —negó con la cabeza—. Pero quizás no estoy mintiendo.

—Cha.... —fue interrumpido por un corto beso—. Chan, tú es... —otro beso—. Me estás difa... — y uno más, esta vez largo y pausado.

Yang intentó golpear el pecho del más alto, por fin logrando que ambos se separaran.

—No me dejas hablar —le reprochó, consiguiendo un besito más en su frente.

—Menos palabras y más acción —lo miró con entretención, un atisbo digno de un niño a punto de hacer una travesura.

—¿A qué te refieres? —sus ojos se expandieron al notar que Chan soltó sus manos y sujetó su cintura con fuerza—. Te ahorraré el trabajo de caminar —chasqueó la lengua y luego sonrió con amplitud, haciendo que sus orbes formaran dos finas líneas.

—No, Chan, no te atre... ¡Chan! —gritó al notar que fue alzado, el susto fue tan repentino que lo único que pudo hacer es enrollar sus piernas en el torso de Bang y llevar sus manos a los hombros ajenos—. ¡Chan, detente! ¡Bang Chan, bájame! —intentó forcejear, pero el agarre que el rubio tenía impuesto era mucho más fuerte.

—No hagas escándalo —dijo con diversión, sonriendo al sentir los golpes de Jeongin en su pecho desnudo.

—Bájame.

—No lo haré.

—Chan hablo en serio.

—Yo también —se encogió de hombros.

—¡Bang Chan! —volvió a gritar cuando sintió como el rubio empezaba a trotar—. ¡Suéltame! —su reclamo fue demasiado tarde ya que el mencionado fue metiéndose al mar sin cuidado alguno—. Chan... —el pelinegro esta vez rodeó el cuello adverso al percibir como el agua llegaba hasta sus omóplatos.

—¿Ves que era fácil? —cuestionó entre risas, disfrutando del cómo Jeongin se aferraba a su cuerpo en busca de seguridad—. Tranquilo, no voy a soltarte —se abrazó más a la fina cintura, pero con una distancia prudente para poder verse fijamente.

—Claro que no lo es —su inquieta mirada iba de un lado al otro, encontrando agua y más agua—. No sé nadar, tonto.

—Puedo enseñarte —sugirió con simpleza.

—No soy fanático de los deportes y sí tuviera que aprender, lo más normal hubiera sido una piscina tranquila y mediana —contestó sarcástico, enlazando aún más sus brazos en Chan—. Si muero ahogado será tu culpa.

—¿Crees que permitiría eso? —apegó su rostro al cuello de Jeongin, respirando cálidamente—. Estoy contigo, cariño —besó su piel expuesta—. Y no voy a permitir que algo malo pueda pasarte —su nariz comenzó a emprender un recorrido desde su lechoso cuello hasta su pequeña mandíbula—. Me encantas... —para luego ir hacia su sonrosada mejilla y terminar en el filtrum del pelinegro—... mucho más de lo que puedas imaginar —dejando otro beso ahí y esperando a que fuera Jeongin el que iniciara un nuevo ósculo.

Yang comenzó a respirar entrecortadamente desde que el rubio había besado su cuello, tenía los ojos suavemente cerrados antes el dulce disfrute de tener los esponjosos labios de Chan en su piel y de aquella pequeña nariz tocando su rostro con delicadeza.

—Solo tienes que estar en calma —habló por lo bajo—. El agua fría hace una combinación increíble con los cálidos rayos del sol en nuestros cuerpos.

—Siento que me sofoco —se sinceró, abriendo sus ojos con lentitud.

—¿Quieres que te quite la camisa? —sugirió casi con temor.

—Sí —a pesar de sentirse cohibido, confiaba plenamente en Chan. El rubio tragó saliva y asintió.

—Lleva tus manos a mi torso y sujétate.

Jeongin obedeció, sintiendo algo inexplicable. Una bruma suave de calor, timidez, nervios y ansiedad lo rodeaba. No sabía cómo o por qué, pero aquello podía sentirse entre ambos, se sentía íntimo cual secreto compartido en susurros y a la vez agradable como el perfume natural de las flores en primavera. Pudo notar casi con dificultad el cómo los dedos de Chan empezaron a desabotonar su camisa de manera torpe y medio temblorosa, casi imperceptible a simple vista.

La tela fue deslizándose por sus hombros hasta que luego de estirar sus brazos pudo librarse totalmente de la prenda.

Era algo confuso, no había segundas intenciones, pero el aura era hipnotizante.

La blanca y tersa piel expuesta de Jeongin era sumamente atrayente, digna de acariciar con plenitud.

Y para cuando se miraron, ambos sabían que estaban sintiendo lo mismo. Un brillo delicado, diferente y nuevo atravesando por sus orbes, uno en el que indicaban que quizás, en algún futuro próximo, iba a poder realizarse.

La timidez fue mucho más fuerte y para ese entonces, Jeongin se apoyó en el rubio, dejando su rostro recostado en el hombro ajeno y acercando su rostro al cuello de Chan para recobrar esa suave sensación de conforte.

El rubio enrolló sus brazos en el cuerpo del más pequeño y besó su sedoso cabello. Ambos compartiendo un momento mucho más significante de lo que a simple vista puedan entenderse. Solo eran dos corazones descubriéndose y conociéndose de la manera más lenta y cercana.

 Solo eran dos corazones descubriéndose y conociéndose de la manera más lenta y cercana

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