Jackeline había sido comprometida con el duque cuando aún era una niña pequeña. Su padre, el marqués, había organizado compromisos beneficiosos con cada una de sus tres hijas cuando aún estaban en la cuna.
Estela, la mayor, fue la que más sufrió la unión matrimonial que le habían asignado. Su marido era un machista golpeador que la hacía llorar durante noches anteras temiendo despertar. De ella ya no sabía nada mas que un día, hace ya varios años, con los ojos cansados y el alma rendida, le dejó el pequeño heredero en sus manos abusivas y partió a América con otro hombre.
Vannesa, la hermana del medio, se casó con un hombre rico que no ocupaba un título para poseer grandes lujos. Gabriel Barone era hijo de uno de los más grandes enemigos de su padre y la castaña había estado mucho tiempo temiendo el compromiso hasta que este le llegó a su puerta de forma inevitable.
Su matrimonio fue como una novela de drama y romance de las que le gustaba leer cuando no podía dormir de noche, pero actualmente podía decir que su hermana estaba bien, y cada que podía le contaba en sus cartas las travesuras que habían hecho sus sobrinos.Y en cuanto a ella, su madre se había encargado de instruirle todo lo que debía saber sobre el duque. Mientras otras niñas aprendían botánica, ella memorizaba el color favorito de su marido, el término en el que le gustaba la carne, la temperatura en la que prefería el agua, y la decena de países que había visitado mientras ella se quedaba encerrada preparándose para él; como aún hacía.
Había aprendido tanto sobre León Paradig que creía conocerlo bien, pero en realidad no sabía nada sobre su persona. No habían cruzado más de tres palabras al ser presentados, y además de ser descortés se portó muy grosero con ella alegando superioridad y falta de ganas de transmitir afecto.
Todo había sido un desastre, y de apoco rompió las esperanzas que se había hecho de formar una familia.
Ella si lo estaba esperando...
Una noche creyó que las cosas cambiarían cuando sorpresivamente el caballero la tomó de la cintura y le dió el beso más dulce del que tenía registro su alma, pero finalmente resultó estar ebrio y para el día de la boda poco lo vio dudar cuando la mandó lejos de su presencia.
Y eso solo sirvió para refutar una de sus teorías más arraigadas: León Paradig, duque de Rugland, era una bestia de poca palabra y nula confianza a quien no se le podía creer ni los buenos días.
—Canalla...—se quejó acomodando su abultado vestido.
Hacia mucho tiempo que no tenía la necesidad de utilizar una prenda así de incomoda. Estando ahí sola se había limitado a usar vestidos ligeros para pasar el día... y ahora no creía que mereciera la pena arreglarse así solo por su absurda presencia.
Mientras caminaba al comedor principal encontró en su camino a muchos empleados a los que no supo encontrarles nombre. Todos se inclinaban ligeramente en su presencia y actuaban como si no estuvieran invadiendo su propiedad, porque para ella así era exactamente cómo se sentía aquella intrusión.
Un par de guardias igual de desconocidos le abrieron la puerta para darle paso al lugar, y ahí en la mesa que llevaba años sin usar, su marido desayunaba huevos tiernos mientras leía el periódico.
—Buenos días, milord.
Su voz femenina retumbó en las paredes del comedor llamando la atención del caballero, quien levantó la vista de las hojas que leía para verla por tres segundos que contó moviendo su pie entaconado. Después de eso volvió a lo suyo y la ignoró completamente.
Jacky lo vió con indignación y la boca un poco abierta. Ella se había metido en aquel vestido ajustado y esponjoso, se puso los tacones más incómodos del mundo y se recogió el cabello como si no hubiera cosa que le disgustara más que llevarlo agarrado.
Y él solo la ignoro.
—Buenos días—volvió a repetir aclarándose la garganta sonoramente.
—La escuché la primera vez—le anunció León aún con la vista en el periódico.
Jacky apretó los dientes para no responder una blasfemia.
—¿Qué tal estuvo su viaje?—se limitó a decir intentando ser amable.
Cuando recién se conocieron ella dio todo su esfuerzo por llevarse bien con él.
—No requiero su presencia en este momento, milady. Cuando llegue a ocuparla se lo haré saber con el servicio.
Y como siempre, él daba vuelta en una esquina para librarse de ella.
Jackeline tomó su falda espantosa y la dignidad que se le había caído al suelo antes de dar media vuelta y salir de ahí enfurecida. Sentía el rostro caliente, las mejillas hirviendo y podía apostar que tenía las orejas más rojas que Manson.
León Paradig era insufrible.
No sabía qué hacía ahí, pero estaba segura de que pronto se marcharía para volver a dejarla sola, y Jacky estaba deseosa por verlo partir. No quería verlo, no deseaba escucharlo, necesitaba quitarse esa ropa incomoda y volver a su habitación para no salir hasta que todos aquellos desconocidos se fueran.
Si, eso debió haber hecho porque era la opción más cuerda y segura, pero en lugar de ello, ahí fuera del saloncito, justo con el reloj marcando las 9:08 de la mañana del peor jueves de su vida, declaró la guerra contra el ejército enemigo.
No le importaba lo que ese hombre había ido a buscar ahí, le tenían despreocupada sus intenciones, porque ahora se iba a encargar de hacerle la estadía tan difícil y catastrófica, que no tardara mucho en salir corriendo.
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La condena del diablo
Historical FictionUna esposa virgen. Un marido ausente. Una pasión apagada que está a punto de arder. 5to libro de la saga "la debilidad de un caballero" No es necesario leer los libros anteriores para entender este✨ CONTENIDO +18