Capítulo 10

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Cuando Jackeline llegó a su habitación las ansias seguían rugiendo en su cuerpo como un volcán amenazando con destruir la mansión completa

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Cuando Jackeline llegó a su habitación las ansias seguían rugiendo en su cuerpo como un volcán amenazando con destruir la mansión completa.

Se había vengado, y se sintió muy bien hacerlo.

No durmió inmediatamente porque sabía que iba a ser imposible pegar los párpados mientras su humedad siguiera hirviendo, así que se decidió por sentarse en su escritorio y perderse entre la novela que estaba escribiendo.

¿El editor quería sexo? Bien, ella se lo daría. Haría que Beth dejara a su guardia sin aliento y desquitaría todas sus ganas de explotar.

Escribiría hasta su fantasía más provocadora y se saciaría con ello.

Hervía tanto que las hojas corrían el riesgo de reducirse a cenizas en sus manos.
Y con ese pensamiento se quedó dormida hasta bien entrada la madrugada.

Cuando el sol comenzó a entrar por una de sus ventanas Jacky tenía el cabello rubio esparcido por la almohada como una cortina dorada y en su mejilla pálida una mancha de tinta adornaba su pómulo. Se veía tierna, demasiado para alguien que sabía bien de venganza.

Se crispó un poco cuando una mano acarició su rostro cerca de la mancha de tinta. Fue un toque delicado y sutil, que escondía varios secretos. Después las yemas de los gruesos dedos se pasearon por sus párpados y finalmente dieron un pequeño pellizco en su nariz.

Se removió inquieta, pero no pudo estirarse mucho porque un bulto grande le impedía ganar espacio en la cama.

La traviesa mano siguió paseándose por su rostro molestando tanto como una mosca.

一Basta, Samantha. Hoy no desayunaré, dormí muy tarde noche一musitó con los ojos cerrados mientras se aferraba a los sueños eróticos que aún rondaban por su mente.

一Vaya, creí que solías levantarte temprano para planear a detalle las maneras en como me arruinarías el día.

Esa no era la voz de su doncella.

Jacky abrió los ojos de golpe.

De nuevo olía a León.

Se levantó de la cama de un salto y lo encontró sentado, justo a un costado de donde ella dormía, con una sonrisa juguetona que despertó sus alertas.

一¿Qué haces aquí?一exigió saber.

Tenía el cabello enmarañado y todavía llevaba puesto el camisón con el que lo había atacado la noche anterior.

Él se encogió de hombros con fingida inocencia.

一Dejaste la puerta abierta.

一Eso no te da derecho de entrar a mi habitación.

Dios, quería borrarle esa sonrisa.

一Quizás no... pero me encontré algo muy curioso haciendolo.

一¿Curioso?

La condena del diablo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora