La habitación de la duquesa era inmensa, aún más que la del pueblo. La cama tenía un acolchado tinto y un dosel del mismo tono. Agradeció a Dios encontrar una chimenea y se maravilló con la pequeña salita que había en un rincón. Mentalmente buscó el lugar adecuado para mandar a poner un escritorio para no atrasarse con su novela.
Le había dejado una nota al hombre que recogía sus adelantos los jueves. Era una pequeña hoja escrita pulcramente que pegó en la puerta del servicio anunciando que que mandaría a su gente a entregar los adelantos ella misma. Y tenía que apurarse, porque en dos días ya tenía que enviarlos.
Casi terminaba su novela, no le faltaba mucho. Y eso la motivaba, porque sus últimos encuentros eroticos le habían servido para darle más intensidad a sus escenas íntimas.
Se acercó con sus doncellas y entre las tres acomodaron sus pertenencias en los armarios. Había programado una cita con la modista para el día siguiente, después de la reunión de su esposo, porque estaba segura de que no podría llevar un vestido de los suyos al primer baile de la temporada.
El nerviosismo le acarició la columna con ese pensamiento.
Iba a estar en el inicio de la temporada londinense.
Sonrió con felicidad mientras acomodaba los zapatos en una repisa del armario, sus lociones en un tocador con acabados preciosos de madera y la manta que le había tejido su madre pulcramente doblada en un rincón junto a los tacones.
Siempre la tenía cerca, aún cuando ya estuviera roída y un poco rota. Aún solía sacarla cuando tenía miedo y dormía abrazándola, como si siguiera siendo una niña pequeña.
Era su tesoro más preciado.
Cuando sus doncellas terminaron usó su soledad para darse un baño en la tina llena de agua tibia. Colocó un poco de pétalos en su superficie y apagó unas cuantas velas para quedar casi en penumbras. Dejó que el calor la llenara cuando se metió en ella, y cerró los ojos suspirando, mientras se embriagaba con las nuevas sensaciones.
Estaba en Londres. Por fin estaba en Londres.
Duró unos cuantos minutos sumergida hasta que la puerta que conectaba con la habitación del duque fue abierta.
León la miró ahí, plácidamente perdida en el placer del agua. Estaba desnuda y si ponía atención podía divisar cada una de las partes donde quería tocarla. Dejó caer la bata que le cubría, quedando desnudo él también, y caminó hacia ella con pasos lentos y suaves hasta que su voz lo detuvo.
—¿A que debo su visita, milord?—preguntó abriendo los ojos. Tenía unas cuantas gotas de agua en las pestañas.
—¿No le habían dicho?, tendrá el placer de mi visita cada noche.
ESTÁS LEYENDO
La condena del diablo
Historical FictionUna esposa virgen. Un marido ausente. Una pasión apagada que está a punto de arder. 5to libro de la saga "la debilidad de un caballero" No es necesario leer los libros anteriores para entender este✨ CONTENIDO +18