Capitulo 16

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El sonido que hizo el portazo la dejó congelada frente a la tina

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El sonido que hizo el portazo la dejó congelada frente a la tina. En sus pies danzaba la pequeña laguna que el duque había dejado al marcharse y en su alma la paz se sustituía por desconcierto.

Cerró los ojos y suspiró.

León siempre era así. Y no solo desde que volvió a su vida sino desde que entró a ella. La había besado en uno de sus primeros bailes juntos, antes de casarse, y después se alejó como si de ella brotara enfermedad. Y ahora la tomaba suya, la reclamaba, le hablaba de pasiones y después la hundía en lamentos.

Sabía que la única culpable era ella por seguir buscando de él algo que nunca podía darse, y por bajar esa coraza dura que nunca debió doblegar.

Se secó rápidamente el cabello y se acostó a dormir con la bata aún puesta y la piel algo húmeda. La almohada fue absorbiendo el rastro de agua que aún había en su cuerpo mientras la luz de las velas alumbraban su sueño.

—¡Ayuda!

Un grito desgarrador hizo que abriera los ojos de una. Se quedó a acostada con el corazón en la garganta y el cuerpo tembloroso, pensando si aquello había sido un invento de su alma corrompida.

—¡Ayuda!

Volvió a escuchar el grito.

Era un lamento que retumbaba por las paredes y hacia eco en los salones. Se puse de pie de un salto, descalza y con la bata transparentosa. Corrió hasta la puerta y la abrió para salir al pasillo.

Podía escuchar una persecución: Jarrones moviéndose, maderas crujiendo, piecitos que huían y botas que perseguían, mientras los quejidos de desesperación seguían espantando a los fantasmas de la casa.

—¡Ayúdenme, lo suplico!

El lamento volvió a escucharse en sus entrañas.

Corrió hasta que bajó las escaleras, con la escasa luz de la luna entrando por las ventanas. El recibidor estaba bañado en penumbras y oscuridades ajenas, mientras buscaba la procedencia de la lucha.

¿Es que nadie oía?

¿Por qué no se acercaban a ayudar?

¿Dónde estaban los guardias que el duque siempre dejaba cuidando las puertas?

Parecía que todos se habían esfumado y estaba sola en aquella mansión abandonada.

Siguió corriendo hasta que sus pies dieron con la puerta de cristal que daba al jardín. Estaba abierta de par en par, como si llevara toda la madrugada esperándola.

Se acercó sintiendo el césped hundirse entre los dedos de sus pies y respiró el aire helado del exterior. Ahí, al centro de un espeso círculo de flores, estaba el cuerpo de una niña recostado en la perpetua espera del carruaje de la muerte que se lleva a los nuevos difuntos. Tenía el cabello tan largo como el vestido que quedaba bajo sus rodillas y unos ojos azules que veían el cielo pidiendo misericordia.

La condena del diablo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora