Capítulo 37

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La firme mano de Benjamin se paseaba por una blanca espalda que contenía alguna que otra cicatriz demandante de besos y cariño. Acarició su cuello, besó sus orejas y saboreó la sensación de tener sus piernas entrelazadas debajo de las sábanas.

Olía a ella. A ese aroma que podía hacerlo flaquear en cuestión de segundos.

Era cálida y suave, tanto que le entraban ganas de volverla a tomar de la cadera y...

Toc. Toc. Toc.

—Buenos días, milord. Lady Jackeline necesita a la señora.

La voz del mayordomo del otro lado de la puerta fue lo ultimo que quería escuchar.

Soltó un quejido cuando la mujer se removió entre sus brazos y la abrazó con más fuerza para impedirle la huida.

—¡Va en un segundo!—respondió deseando que lo dejaran quedarse ahí una eternidad.

Enterró la nariz en su cuello y se aferró a ella antes de que pidiera que la soltara.

—Buenos días—susurró con la voz adormilada.

Era demasiado tierna.

—Buenos días, preciosa—respondió riendo.

—¿Me sueltas? Necesito ir—se removió en sus brazos intentando zafarse por cuenta propia pero le era imposible.

—No, no te suelto. Eres mía.

—Benjamin...—regañó volteándose para tenerlo de frente.

Se veía demasiado apuesto para su bien, con el cabello despeinado y la sonrisa traviesa pintada en los labios.

—Me encanta cuando me llamas por mi nombre—la voz se le volvió más ronca.

Si no lograba zafarse corría el riesgo de quedarse encerrada en ese habitación el resto del día.

—Necesito ir con Jacky—se acercó para darle un beso en la nariz—. Prometo desayunar contigo cuando termine con ella.

—Preferiría ser yo mismo el desayuno.

Soltó una carcajada cerca de sus labios y antes de poder darse cuenta el conde la tomó en un beso fuerte y apasionado que la dejó con ganas de dejar a su hermana esperándola unos momentos más.

—Corre antes de que me arrepienta—cedió Benjamin soltando su agarre.

—Te veré para el desayuno.

Se levantó de la cama con un salto y comenzó a ponerse el vestido que combinaba bien con el suelo de la habitación del caballero. La labor fue un poco complicada, así que después de unos segundos el mismo Benjamin se levantó para ayudarle a atar el corsé y dejar unos cuantos besos sobre sus hombros.

Salió corriendo de la habitación antes de terminar de nuevo sobre la cama.

—Espero que me necesites para algo bueno—amenazó entrando en la alcoba de invitados donde hospedó a su hermana.

Ahí, a mitad la misma, con los brazos en jarras, los ojos enormes y el rostro pálido, Jackeline la veía con un miedo extraño que le hizo imaginar que había visto un fantasma.

—¿Qué sucede?—preguntó con nerviosismo.

—León vino a verme, está abajo—la voz le temblaba.

—¿Y cómo llegó aquí?

—¡No lo sé!—comenzó a caminar hacia ella y la tomó de los hombros—. ¿Qué voy a hacer?

—Bajar, claramente. Hablar con él. Arreglar las cosas.

La rubia comenzó a negar con lentitud.

—No hay manera de qué hablemos de... eso.

La condena del diablo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora