Capítulo 8

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La tela de las sábanas era suave y olía delicioso

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La tela de las sábanas era suave y olía delicioso. Tenían un aroma a jabón combinado con sutiles tonos de flores con algo al final que lo hacía parecer masculino. Jacky se concentró en la fragancia, intentando descifrar qué era aquel toque al final que lo hacía tan adictivo.

Movió sus pies debajo de las sábanas, estiró los brazos y se acomodó disfrutando del fuerte brazo que le cubría la cintura. El pecho caliente se amoldaba a su espalda y en su cuello una respiración lenta le golpeaba la piel erizada.

Sí, olía delicioso.

Esperen.

¿Brazo fuerte?

¿Espalda cálida?

¿Y qué era eso entre sus nalgas?

—¡Ahh!

Se levantó de un salto de la cama y el aire fresco de la mañana golpeó su piel desnuda.

¡¿Por qué estaba desnuda?!

Tomó rápidamente la sabana con la que estaba tapada segundos antes y se cubrió lo más que pudo dejando al descubierto al hombre que seguía dormido.

Él también estaba desnudo.

—No puede ser, no puede ser...—repitió bajito mientras veía a su alrededor.

Esa habitación no era la suya.

Tenía unos ventanales enormes que iban del piso al techo, una cama con un dosel tinto que la hacía ver monumental, silloncitos, una mesita, una tina, jarrones horribles y un papel tapiz que conocía muy bien. Ella ya había dado varias rondas por esa habitación sabiendo que era la que el señor elegía cuando se quedaba en la mansión, pero ahora era diferente, no solo porque le habían cambiado las cortinas, sino porque tenía su olor.

Lo volvió a mirar asegurando que había puesto su rostro colorado.

¿Qué había pasado anoche?

Se abrazó a la sabana con la que intentaba cubrirse y salió corriendo antes de darle tiempo de despertar. El pasillo le resultó eterno, se sentía como un ladrón que huía de un crimen a sangre de por medio. Sus pies resonaban en la madera mientras su corazón intentaba huirle por la garganta.

Cuando llegó a su habitación abrió la puerta con desesperación y la cerró de un portazo en su espalda, con temor a que el canalla hubiera despertado y decidido seguir sus pasos.

Marisol y Samantha recibieron su llegada con la boca abierta, como si estuviera montando una escenita fuera de lugar, y eso era mucho decir siendo que las jóvenes estaban acostumbradas a sus ocurrencias.

—¿Ahora qué pasó?—preguntó Sam intentando caminar hacia ella para asegurarse de que estaba completa.

Detrás suyo la pelirroja corrió al armario para buscarle un vestido para el desayuno.

La condena del diablo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora