Capítulo 17

1.5K 198 38
                                    

Marisol y Samantha se marcharon con sus familias a primera hora de la mañana, y gracias a ello, tuvo que soportar que unas doncellas del servicio del duque la ayudaran a vestirse. Restando el hecho de que dormir con la cabellera húmeda y sin cepillar la hizo despertarse con unos nudos terribles que la hicieron llorar mientras la arreglaban, lo demás no fue tan malo. Eligió el vestido más decente que encontró en su armario, y dejó que le acomodaran el cabello con el peinado de moda que llevaban todas las señoritas en la ciudad. Era incómodo, y juraba que si se paraba mal se caería de lado con todo ese peso en la cabeza.

Había amanecido sola en la cama dándole vueltas a los recuerdos de su mente para adivinar qué tanto de la noche anterior había sido un sueño. ¿Verdaderamente León había ido a su alcoba?, ¿durmió con ella?

Sentía tan vivida la sensación de sus cálidos brazos que no podía creer que todo fuera mentira.

Parpadeo un par de veces mientras la maquillaban. Había quedado bonita, no tanto como cuando sus doncellas la arreglaban pero si lo suficiente para tener confianza en sí misma y darse ánimos para bajar a la reunión del desayuno con las amistades de su esposo.

Quizás cuando lo viera llenaría ese abismo que había en su mente.

Respiró profundo antes de salir de su habitación. Bajó las escaleras temiendo caer con todas esas cosas apretadas en su cuerpo, y llegó a la planta baja donde un guardia en la puerta le hizo una reverencia.

—Buenos días, milady. El duque pidió que lo encontrara en el jardín. Las visitas la esperan.

Ella le sonrió en respuesta y caminó hasta las puertas de cristal que la recibían mostrando el paraíso que resguardaban. El jardín era un enorme campo verde, cubierto por césped y rodeado de arbustos. Había flores en cada rincón que veía y el aire le supo al aroma refrescante del campo.

Durante un segundo se paralizó. Era igual al de su pesadilla. El sudor amenazó con correr por su frente pero se tragó el nudo en su garganta e intentó sonreír con normalidad, eliminando el recuerdo de la niña recostada en el césped con el cuerpo sangrante.

Había mucho ruido. En su mayoría risas de niños que corrían persiguiendo una pelota.

—¡Jackeline!

Perdió la respiración cuando escuchó una voz en su espalda.

Se giró lentamente temiendo no encontrar nada como todas las veces que había soñado con reencontrarla, pero en lugar de eso miró a su hermana Vanessa correr a su encuentro con el enorme vientre abultado que el vestido no podía ocultar.

Se quedó como estatua mientras ella la abrazaba fuertemente. Cerró los ojos y a los segundos, también le correspondió el gesto. Olía a ese característico aroma que siempre la acompañaba, llevaba el cabello oscuro en un peinado igual de alto que el suyo y un vestido de tonos tierra que le iba como un guante. Era bellísima y brillaba como si el embarazo le sentara bien.

Recargó el rostro en su cuello, como lo hacía cuando eran niñas y Vanny la cuidaba. Había deseado muchas veces estar ahí con ella y sentirla de nuevo a su lado.

Después de unos segundos se separó de ella y la examinó con los ojos achicados.

—Querida, estás muy delgada—sentenció Vanessa con una mueca—. Tendré que darte mucha comida el tiempo que estés aquí.

Jacky encogió los hombros. Sonaba como toda una madre, y para su sorpresa le quedaba bien. Jamás pensó que le sería natural.

—Ven, acompáñanos—le tomó la mano y la guió a una enorme mesa que tenía una sombrilla para cubrirlos del sol—. Te estábamos esperando para tomar el desayuno.

Todos en la mesa se levantaron ante su presencia y le sonrieron con amabilidad. El corazón se le desbocó en el pecho. Eran tantos rostros conocidos...

León se acercó a ella y le tomó la cintura para hacer las presentaciones.

De nuevo perdió la respiración. Levantó el rostro para verlo y él le sonrió con calidez.

Supo entonces que su presencia no había sido un sueño.

—Señores, ella es mi esposa Jackeline Paradig—tragó grueso recordando que hace varios años ellos eran parte de su círculo de amigos—. Él es mi primo, Hunter Paradig, duque de Standich y su esposa, Madeline Paradig—ambos hicieron una reverencia y Jackeline les correspondió. Madeline era la mejor amiga de su hermana Vanessa y la historia de los duques fue un cotilleo que saboreó en primera plana cuando andaban de boca en boca—, Mi buen amigo Damon Gibbs, su esposa Adeline Gibbs y tú cuñado Gabriel Barone.

—Es un gusto—les saludó con una sonrisa grande.

—¡Y cómo olvidarlo! Hay más personas por presentarte—Vanny la giró hacia los niños que correteaban—. ¡Vengan aquí!

Les llamó y todos armaron una fila frente a ellas. Eran criaturas pequeñas, los mayores llegarían a tener unos cuatro o cinco años. Aún eran bebés e instintivamente se llevó la mano al vientre, pensando que quizás prontamente ella tuviera uno y no se había detenido a pensarlo. ¿Estaba lista para tener un hijo?, ¿un pequeño León?

Su hermana se acuclilló a cómodo pudo y ella la imitó, tomándola para que no cayera.

—Este caballero guapo es George y la bella princesa es Anna—el niño era la representación de su cuñado pero en una versión más compacta, y la niña... era igual de rubia que ella—. Ella es la tía Jackeline.

—Es un honor conocerla, milady—saludó el pequeño caballero con una aguda voz tierna.

—Abrácenla—los animó Vanny, y ellos un poco tímidos se acercaron a cubrirla con sus delgados bracitos.

Esa clase de amor era diferente. Jamás había sentido un cariño semejante a ese. Sabía que los amaba desde que su hermana le contó que los llevaba en el vientre pero tenerlos ahí, cerca del corazón, fue un sentimiento que no había previsto. Contuvo las lágrimas y los abrazó con fuerza prometiéndose a sí misma malcriarlos y darles todo.

Los pequeños se separaron, pero a lado suyo quedaron unos niños más.

—Ella es Lilian Paradig, hija de Madeline y Hunter—señaló una niña preciosa de ojos azules intensos y cabello rubio, que era idéntica a su madre—. La otra pequeña es Matilde, hija de Damon y Adeline, y el niño es su hermano William.

—Es un placer. Todos son muy guapos.

Los niños le sonrieron y volvieron corriendo tras la pelota.

—Las cosas han cambiado, ¿no?—preguntó mirando los pies pequeños que se alejaban. En su tiempo se corrían los chismes de unos amores envueltos en escándalo, y ahora los veía a todos felices, compartiendo la mesa mientras miraban correr a sus bebés.

—Entre leche, llantos y más embarazos, supongo que sí, las cosas han cambiado.

Ambas giraron la cabeza cuando las enormes puertas de cristal se volvieron a abrir. Entró un caballero alto, de cabello rubio cenizo e intensos ojos verdes esmeralda. Tenía un caminar elegante y llevaba la clase de energía que atrae miradas cada que llega a un sitio. Era sin lugar a dudas, guapísimo.

—¡Llegas tarde, Matthew!

Gritó León desde la mesa.

—Una disculpa, anoche me dormí muy tarde checando unos papeles y no me pude levantar antes—se excusó acercándose a donde estaban todos.

—Y él es el solterón de Londres, Benjamin Matthew—bromeó Vanny para que solo ella escuchara.

—Vas a tener que ponerme al tanto en todo—con tantos rostros estaba algo confundida.

—No te preocupes, tú y yo tendremos una plática muy larga. Prometo contarte todo.

~•~

Hola, lindas. Si encuentran algo confuso el capítulo con tantos nombres, me lo hacen saber😉

Las quiero💖

La condena del diablo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora