Capitulo 18

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—La encontré—notificó León con los dedos entrelazados y los brazos encima del escritorio

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—La encontré—notificó León con los dedos entrelazados y los brazos encima del escritorio.

Tres pares de ojos lo veían con sorpresa.

Después del desayuno las mujeres se habían retirado con la modista y los cuatro caballeros pasaron al despacho para charlar con más privacidad sobre sus asuntos.

—¿La encontraste?—preguntó Hunter, su primo, mientras degustaba lo que acababa de decir. A su lado, Damon servía licor como si no fueran las diez de la mañana, y él, que le había prometido a su mujer que ya no tomaría, mejor declinó con la mirada.

Matthew sí la aceptó. Era nuevo en ese círculo de amigos y solía quedarse callado en las reuniones. No era un gran conversador, pero sabía escuchar, y eso le daba puntos a favor.

—¿Y estás seguro?—dijo Damon, reclinándose en su silla.

—Aún no hablo con ella, pero estoy seguro.

—Eso dijiste de las demás.

—Esta es diferente. Las fechas coinciden, también los hechos y me da un motivo. Jamás supe por qué Elizabeth se fue pero si llega a ser la correcta todo embonará.

—¿Y quien es?—Hunter aún estaba sin poder creerlo.

Durante años León Paradig había estado obsesionado con ese fantasma. Le veneraba, le amaba y le guardaba un lugar en su vida como si en algún momento fuera a llegar a ocuparlo. No por menos había aborrecido la idea de tener una esposa y mandó a la pobre Jackeline al campo sin darle la oportunidad de ganar terreno. Había pasado una gran parte de su vida intentando llenar ese vacío, y al darse por vencido, pasó la otra parte buscándola.

¿No es esa la definición de amor?

—Se llama Elizabeth Weathly, es hermana de Julián Craig.

Matthew se atragantó con su bebida de solo escuchar el nombre del caballero.

Todos se aclararon la garganta. Ese era un tema del que no se hablaba, simplemente para no recordar al patan que se metió con su ex pareja, Violetta Whitman.

—¿Está casada?—preguntó Damon intentando borrar del ambiente el nombre de Julián.

—Y embarazada.

Todos quedaron mudos nuevamente.

—Te mandarán a la horca si intentas algo—dijo Hunter, sabiendo perfectamente que su primo tomaría el comentario y lo arrojaría a la basura.

León se encogió de hombros.

—Correré el riesgo.

—Estás loco.

—Está aquí en Londres con su marido. Mi investigador le mandará una carta para citarlos y hablaré con ella estando él presente—deseaba saber porqué se fue. Sabía que era una niña en ese entonces y no podía poner ninguna objeción, pero ni siquiera se dió a la tarea de despedirse. Simplemente se la tragó la tierra y no supo más—. Claro que si se me presenta la oportunidad estoy dispuesto a tomar el carruaje, robármela y llevarla hasta América.

La condena del diablo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora