Capítulo 33

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Las manos de Jackeline empacaban lo más rápido que podían la ropa para evacuar. Vanessa le había dicho que no tomara mucho, pero nunca se sabía. A su alrededor todo era caos, los sirvientes corrían, algunos lloraban, había heridos que intentaban buscar refugio en las casas para protegerse de los altercados que se libraban en las calles, y guardias que les disparaban en la cabeza para que no entraran.

Todo era destrucción, y se había desatado tan rápido que no le había dado tiempo ni de aceptar lo que pasaba.

Gabriel, su cuñado, estaba dispuesto a partir a Italia con su familia para alejarse de Londres hasta que las cosas se calmaran con la guerra. En cuanto a Jackeline, claro que estaba invitada y por supuesto que iría, porque no había otro lugar en el que estuviera más segura que con ellos.

—¿Estás lista?—preguntó Vanessa a su espalda.

Estaba de nervios, y eso que su marido se había pasado gran parte del rato calmándola para que no le hiciera daño al embarazo.

—Estoy lista—respondió dándole pase a un guardia para que llevara el baúl al carruaje.

Quince minutos después todos ya estaban listos para ponerse en marcha. El destino era el muelle para poder subir a un barco y resguardarse en el océano mientras llegaban a Italia, pero para ello primero tenían que cruzar la ciudad y ver de frente todo el caos.

Había soldados con rifles, hombres arrodillados a punto de ver su muerte, niños llorando, mujeres luchando por proteger a su familia y sangre. Sobre todo sangre.

¿Qué pensarían los reyes?

¿Qué había causado todo ese caos?

¿Quién era el maldito culpable de toda esa crisis?

Las personas desesperadas se aventaban contra los carruajes intentando buscar ayuda para huir, pero era arriesgado abrir la puerta y dejarlos entrar. Nada los libraba de que fueran hombres del ejército enemigo buscando sangre noble. En aquel momento debían ser egoístas y pensar en sí mismos. Traían niños y una mujer embarazada. No se podían arriesgar.

De pronto un carruaje a toda velocidad se metió enfrente del suyo provocando que los caballos se espantaran y detuvieran en seco. Jackeline se aferró al asiento para no caer, mientras Vanessa soltó un grito de dolor.

—¿Qué pasa?—preguntó la rubia intentando mantener la calma.

Su hermana la miró con los ojos espantados.

—Me duele—confesó cerrando los ojos para controlar la respiración—. Aún no es tiempo.

El miedo le acarició la columna a Jacky como si tuviera la mano helada.

—Iré a ver qué fue eso—anunció Gabriel con la mirada fría y los puños apretados. Estaba furioso. Se sentía impotente por no poder proteger a su familia.

Pero cuando bajó al caos, esperó ver de todo menos al cobarde de León bajando del carruaje que los había detenido.

—¡¿Qué diablos te sucede?!—ni siquiera pensó lo que le diría, solo escupió las palabras—. Pudiste haber causado un accidente. ¡Vengo con mi esposa embarazada!

Se acercó a su pecho y lo empujó con las manos. Tenía suerte de que llevara prisa, porque podía golpearlo ahí mismo tomando en cuenta que ya le traía ganas después de todas las cosas que su esposa le había contado de ese cabron.

La condena del diablo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora