La taberna cerca del muelle olía a pescado. Así de simple. A veces olía a atún y en ocasiones a borracho, pero todo dependía del día en el que lo visitaras, la hora y los invitados. La madera del suelo crujía por las botas de los marineros que traían una capa de lodo en los zapatos y las paredes olían a humedad, por lo demás, todo era agradable. Incluso por las noches los hombres se reunían para escuchar cantar a la fabulosa señorita Fiona, quien no impresionaba ni a los oídos poco adiestrados en el arte de la música pero se ignoraban fácilmente sus notas desafinadas por el precioso escote que mostraban los vestidos.
Ese era el lugar favorito en Londres de Julian Craig, y lo seguiría siendo hasta que los enemigos del dueño terminaran incendiándolo hasta dejarlo en los cimientos por alguna venganza sin sentido.
—Sírveme otro trago, Ed—le pidió al cantinero mientras lo veía mover diestramente sus gruesos dedos gordos entre las botellas y los vasos de cristal.
Julian era un pirata. Un empresario poderoso que se había hecho de mucho dinero exportando mercancía en su barco. Desbordaba fortuna, carisma, pésima suerte con las mujeres y un gusto nada envidiable por el alcohol.
Nombrado por muchos "el bandido de altamar", no había espacio entre las olas y la tierra que no hubieran pisado sus pies, donde no se hablara de los intensos ojos cafés del hombre que era temido por los más valientes, deseados por las más mujeres bellas y odiado por todos aquellos que envidiaban su porte.
—El impresionante Julian Craig.
Una voz de mujer llegó a sus oídos como una brisa helada en las tormentas. Se giró lentamente buscando la procedencia y se encontró con unos ojos avellana que creía que jamás volvería a ver en su vida.
Por unos segundos pareció que el tiempo se detuvo y hasta las manos del sudoroso Ed alentaron sus movimientos al servir el trago.
Ahí, en medio de la asquerosa taberna, la bella dama brillaba como si no hubiera cosa más hermosa en Londres. Ella tenía ese tiempo de brillo. Siempre lo había tenido. A donde entraba los ojos se giraban para admirarla y de donde se iba las almas susurraban para despedirse.
—La leyenda andante, Violetta Whitman—el nombre le supo gustoso en la boca—. ¿O es que ahora eres un fantasma?
Lo dijo con un ademán juguetón que la hizo sonreír.
No había cambiado. Seguía siendo el mismo Julian chispeante que una vez se había consagrado su amigo, después se convirtió en el tipo con el que huiría a América para alejarse de su ex prometido, y al final fue solo un olvido, porque habían terminado tan mal que pasaron esos cinco años sin hablarse.
—Sigo viva, para tu fortuna o tu pesar—le sonrió señalando el asiento a su lado—. ¿Puedo sentarme?
—Por supuesto. Ed, que sean dos tragos.
Caminó hasta sentarse junto a él en la barra. Julian admiró cada uno de sus pasos con una sonrisa ladeada.
—¿Qué haces aquí?—preguntó examinándola—. Escuché que te habías ido a Italia.
Violetta se encogió de hombros.
—Escuché que fuiste a América.
Ed les puso los tragos enfrente y Julian tomó el suyo entre sus manos antes de darle un trago y contestar.
—Lo hice. Volví a Londres para conocer al bebé de mi hermana.
La sorpresa fue el primer sentimiento que cruzó por los ojos de Violetta.
—Oh, por Dios, ¿Elizabeth tuvo un bebé?
Julian asintió.
—Lo tendrá. Está embarazada.
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La condena del diablo
Исторические романыUna esposa virgen. Un marido ausente. Una pasión apagada que está a punto de arder. 5to libro de la saga "la debilidad de un caballero" No es necesario leer los libros anteriores para entender este✨ CONTENIDO +18