Capítulo 12

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Hay quienes definen la pasión como una llama que quema la piel y arrastra el alma al infierno, y quizás eso tenga algo de veracidad

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Hay quienes definen la pasión como una llama que quema la piel y arrastra el alma al infierno, y quizás eso tenga algo de veracidad. Hay algo de poesía en el choque de las pieles, en las caricias húmedas y en las travesuras prohibidas. Ay de Dios si llega a negar que hasta el pecado más puro se hizo bajo su cuidado, porque ahí donde navegan las pasiones condenadas al averno también yacen los amores forjados en el cielo.

Quitarle la ropa a Jackeline fue desvestir un poema. Cada cinta del corsé rimó con la otra, y cuando este cayó al suelo se formó un verso entre sus pechos blanquecinos y un soneto al choque con su boca.

Los besó lentamente y con delicadeza. Era su primera vez, no podía ser un cabrón, pero juraba que teniéndola en otras condiciones le habría arrancado la tela con los dientes.

Sus gruesas manos cabían bien en las curvas de su cintura y si bajaba se amoldaban a su cadera. Vaya Dios a saber las fantasías que podía usar esa cadera al choque con la suya.

Tenía los ojos azules brillosos, como si delineara cada uno de los movimientos de él al quitarle la ropa, jurando que al terminar el encuentro correría a tomar su cuadernillo y escribir unos cuantos encuentros eroticos.

La besó con delicadeza y sumo cuidado, saboreando sus labios finos y los suaves suspiros que emitía con la boca mientras iba bajando para encontrarse con su cuello. Su piel sabía a flores.

Después la tomó en brazos y la depositó en la cama. La habitación del señor siempre estaba oscura por las espesas cortinas, y en esa ocasión les sirvió para verse cubiertos únicamente por las velas que iluminaban sus caricias.

Se desvistió frente a ella, sabiendo que en cuanto quedara desnudo no habría vuelta atrás, y vaya que no quería que la hubiera, porque hacía mucho tiempo que no estaba con una mujer y a su esposa la deseaba cómo se anhela que termine el invierno.

Jackeline saboreó cada uno de los movimientos que hicieron sus dedos para quitar los botones e imaginó las cosas que podía hacerle a esa piel que iba descubriendo.

Tenía un cuello digno de unos cuantos besos, un cuerpo fornido y unos brazos fuertes. La "V" que le baja por el abdomen se le antojaba para pasarle la lengua y el duro miembro le hizo agua la boca, como si deseara terminar lo que una vez comenzó.

Al quedar completamente desnudo se subió a la cama imitando a un cazador. Su peso al contacto con la cálida piel de ella, fue una dulce tortura para las almas.

Se volvieron a besar con hambre y fino cuidado, como si temiera lastimarla.

Tenían las piernas enredadas, el dulce miembro se recargaba en su intimidad, los pechos se acariciaban con sutil anhelo y las bocas se tomaban sabiendo que la condena era inevitable.

—León...—él cayó su boca con un segundo beso.

—Todo estará bien—prometió.

Después tomó su mano y entrelazó los dedos para darle seguridad mientras con la otra se posicionaba en su entrada para comenzar con la invasión. Fue lento, precavido... y placentero.

La miró a los ojos con intensidad mientras llegaba hasta el fondo de su ser.

—¿Estás bien?—preguntó con un nudo en la garganta, ahogando las ganas de tomarle las caderas y darle con fuerza.

Ella se sentía...completa.

—Bésame—pidió dándole con ese gesto pase libre para seguir moviéndose en su interior.

Y así lo hizo.

Le saboreó los dulces labios mientras continuaba danzando con su cadera, una y otra vez, robándole gemidos que inundaban la habitación y encendían sus más retorcidos deseos.

La hizo suya, completamente perteneciente a su carne. Le entregó más de lo que se había prometido a sí mismo que le daría y se traicionó con ello. Ahí, mientras la tenía suspirando su nombre, tomó su corazón y todos los sentimientos que tenía remotamente prohibidos sacar a flote, y los guardó en un baúl sellado que escondió en el fondo de su pecho.

Pobre del alma que intentará abrirlo y condenarse, porque el diablo mismo le había puesto una maldición a esas emociones.

Pobre de él, que había perdido la llave.

Y pobre de Jackeline, que jamás lograría recibir más que eso.

No había sido su decisión condenarla al castigo de yacer a su lado por toda la eternidad. A él también le ataron ese matrimonio desde muy temprana edad, y no pensaron en preguntarle si era eso lo que deseaba... si era ella a quien quería.

—Oh, Dios...—gimió su esposa arqueando la espalda mientras caía en el abismo del orgasmo y la consumían los demonios del placer.

Él también se dejó ir y escondió el rostro en el hueco de su cuello mientras terminaba en su interior.

Era eso lo que estaba buscando.

Un heredero.

Era el único fin de Jackeline en su vida, y para su condena era lo único que podía darle.

No podía ofrecerle más.

Tenía prohibido darle aunque sea un trozo de él.

Sería la traición más grande de su vida.

Sería su verdadera perdición.

Porque ella no era Elizabeth.

¡Aquí quería llegar!🔥😂Agarrense señoritas porque se viene lo bueno y si sufrieron con el pecado de una dama, no tienen una idea cómo será con esta😇

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¡Aquí quería llegar!🔥😂
Agarrense señoritas porque se viene lo bueno y si sufrieron con el pecado de una dama, no tienen una idea cómo será con esta😇

¿Alguna teoría?👀

Por cierto, los primeros cuatro libros de la saga ya están en físico 🎉 Les dejo el link en la descripción de mi perfil para que les den un vistazo a las hermosas portadas💖

Sin más que decir, les mando un abrazo.

Katt.

La condena del diablo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora