Capítulo 4

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Aquel primer día decidió evitarlo en todo momento

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Aquel primer día decidió evitarlo en todo momento. Estuvo leyendo en su habitación sabiendo que la noche anterior se le habían agotado las palabras para ponerse a escribir, después de unos cuantos capítulos se dispuso a cuidar el huerto que tenía en el jardín, y para su sorpresa encontró entre sus plantas una idea que no podía dejar pasar.

Jacky tenía una afición por los tulipanes, eran las flores más hermosas que inundaban su bien cuidado jardín, y parte de su encanto era el bulbo que tenía en la raíz; una bolita curiosa que bien tratada podía generar dolorosos problemas estomacales.

Sonrió con malisia tomando unas cuantas y andando con ellas a la cocina, donde Manson preparaba la comida para el medio día. Reunidas al rededor de una mesa, sus doncellas yacían con un rostro de rendición mientras el cocinero bailaba por todo el lugar haciendo una sopa que comenzaba a oler delicioso.

—Son insoportables—se quejó Marisol con la voz un tanto chillona.

—¿Quienes lo son?—preguntó Jackeline dejando la canasta en una pequeña barrita para comenzar a limpiar el bulbo.

—Los nuevos del servicio—respondió Samantha, la otra doncella.

—Yo me he negado a que pisen mi cocina—agregó Manson mientras picaba una zanahoria.

—¡Hay una señora que parece sapo!

—Pronto se irán—consoló la duquesa mientras tomaba un cuchillo para seguir con su labor—. No creo que estén aquí por mucho tiempo.

—Lo dudo—respondió Marisol mientras se levantaba de la mesa para verla trabajar. Sus rizos castaños bailaron con sus movimientos—. La señora con cara de sapo dijo que milord estaba aquí por un asunto importante y no se podía ir hasta tenerlo arreglado.

—¡Disparates!—Jacky rió con maldad mientras se mordía el labio inferior—. Ya verás cómo logro que se vaya antes de que pase una semana.

Tras su comentario los tres pares de ojos se pusieron en ella y la miraron con sorpresa mientras ponía sopa en una cacerola aparte para agregarle un poco de la raíz que había cortado.

—No lo harás—dijo Manson con las puntas de las orejas rojas.

—Si lo haré—respondió la mujer revolviendo.

—Es su marido.

—Él solo es un intruso.

Y dicho eso la sopa fue mandada a la mesa, con tres trozos de zanahoria, cuatro de papa y la pieza de pollo favorita del señor, tal como había indicado, siendo acompañada de una ensalada y unos cuantos panecillos rellenos.

Los cuatro cenaron en la pequeña mesita de la cocina, donde solían sentarse gran parte de las noches, y una carcajada estridente salió de la boca de todos cuando los platos volvieron limpios.

~•~

Las travesuras de niña pequeña se le daban bien. Gran parte de su infancia su madre se la pasó reprendiéndola por los disparates que se le ocurrían, y no era para menos, pues incluso un día casi dejó calvo a su padre.

El marqués era un hombre serio, de muy pocas palabras y debía admitir que un pedazo de su corazón le guardaba cierto rencor por los compromisos que había arreglado. Jamás pasó más de tres palabras con él, y estaba bien, no era un peso que cargara en su alma. En cuanto a la marquesa... bueno, solo era su madre. Había cometido errores, muchos, pero también logró resolverlos, aún cuando existían cosas que no podía remendar. Era una mujer estricta, pero con Jacky su coraza se caía y le había regalado varios recuerdos dulces.

Los marqueses eran personas de baúles. Tenían cientos por toda la casa. Ahí guardaban ropas viejas y recién elaboradas, joyas costosas, reliquias familiares, jarrones horribles y secretos, siendo Jackeline el más oscuro de todos.

—¡Está hecho!—anunció Samantha entrando a la cocina con una sonrisa triunfante.

—¿los pusiste todos?—cuestionó la duquesa mientras se dedicaba a hacer el desayuno para su querido esposo: dos huevos quemados. Tal como le gustaba.

—Todos—sonrió tomando asiento en la mesa donde Marisol y Manson ya estaban desayunando.

La doncella se había escabullido en la habitación del duque y con severo cuidado dejó caer en los baúles de la ropa decenas de animalitos, de esos pequeños bichos que pinchan la carne y dejan ronchas que dan insufribles comezones.

En medio de su reunión, una mujer que no podía pasar los cincuenta años, abrió la puerta con sus anchas caderas siguiéndole el paso. Tenía la cara arrugada y unos enormes cachetes que se veían curiosos con sus pequeños anteojos.

"La señora sapo", pensó Jackeline cuando sus doncellas ocultaron una risita.

—¿Ya está listo el desayuno del señor?—preguntó con voz severa.

El día anterior no se había vuelto a saber de él hasta la cena, donde anunció que no bajaría y no le apetecía nada en la habitación. Era comprensible, seguro se había pasado la madrugada retorciéndose de dolor de estómago sin haber salido del baño un solo minuto.

—Todo listo—sonrió la duquesa tendiéndole a la mujer una charola con el desayuno que había hecho.

Julieta, la encargada de las cosas del duque y quien siempre iba a su lado derecho, solo atinó a ver con el ceño arrugado la fruta mal picada, los huevos quemados y el mal aspecto del jugo. ¿Por qué estaba cortado?

—¿Segura que quiere que le entregue esto?

—¡Claro! Dígale que se lo hizo su esposa porque está muy feliz por su visita.

Esta vez, las doncellas no pudieron contener la risa, y la señora sapo se retiró de la cocina, mientras Jackeline les seguía la carcajada.

Esta vez, las doncellas no pudieron contener la risa, y la señora sapo se retiró de la cocina, mientras Jackeline les seguía la carcajada

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