Capítulo 5

1.8K 232 48
                                    

"Beth estaba sentada en una esquina de la habitación, mirando por la ventana como las nubes se perdían en el horizonte

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

"Beth estaba sentada en una esquina de la habitación, mirando por la ventana como las nubes se perdían en el horizonte. Su marido había salido a un asunto de negocios, dejándola sola como todo el tiempo, en una casa cuyos muros cada vez sentía más grandes para ella.
—¿De nuevo sola?
La voz que hizo eco en las paredes de la habitació, le llegó a los oídos con sumo cuidado y deleite.
Se la sabía de memoria. Conocía sus notas altas y gruesas; de solo escucharlo hablar sabía si estaba enojado, feliz o excitado. Pero su sonido favorito, sin lugar a duda, era el de sus roncos gemidos en el hueco de su cuello cuando se veían a escondidas por las noches.
Se volteó hacia Esteban, uno de los guardias de su marido, y sonrió con picardía.
—Sí, de nuevo sola.
Cruzó las piernas para que el delgado vestido se levantara con el movimiento, y él, que estaba ansioso por hundirse en su humedad, anduvo lentamente hacia ella, hasta que su mano alcanzó a tomarle la barbilla y levantarla hacia él, dándole uno de esos besos que sabía que la ponían a temblar".

Jacky suspiró soltando la pluma y mirando la hoja manchada de tinta por los bordes. Cada que escribía sentía su cuerpo caliente, hirviendo en todos aquellos lugares donde Esteban le daba besos a Beth. Solía imaginar cómo se sentían todas aquellas emociones, pero en su estómago había más de cien mariposas hambrientas que exigían saber lo que era un beso en el cuello, en los pezones... en su humedad.

Cada vez su piel rogaba con más fuerza terminar con ese fatídico sentimiento que crecía en su vientre y la torturaba justo entre las piernas.

Rendida se levantó del asiento y caminó hacia la tina que le habían preparado sus doncellas. El agua estaba caliente, justo como le gustaba y en la superficie flotaban pétalos de flores que le dejaban un rico aroma a su piel.

Se talló los brazos, las piernas, el vientre y su mano se dedicó a jugar más de la cuenta cerca de su ombligo. Acarició suavemente con las yemas de los dedos, sabiéndose caliente y deseosa. Los ojos se le cerraron al compás de sus movimientos y terminó mordiéndose el labio con deleite.

Bajó un poco más e introdujo un dedo maravillándose con la sensación de arder.

~•~

—¡En la espalda, Julia!

—¡No se mueva, milord!

El grito de dolor que siguió a esa frase fue tan ronco que resonó por toda la mansión. El duque se retorcía sintiendo las pequeñas patas caminar en su piel y las picaduras ardientes que dejaban a su paso.

—¡Julia!—le exigía a la mujer mientras ella, con ayuda de los guardias, intentaban quitarles los bichos que le habían quedado en la piel después de haberse quitado la gran mayoría de su ropa con desesperación.

—¡Lo tengo, milord!

—¡Aquí hay uno más!—anunció uno de los guardias quitando al bichito pegado en su abdomen.

La condena del diablo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora