Capítulo 36

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Actualidad, donde los secretos poco a poco comienzan a salir a la luz

¿Correr?

Sí, correr.

Huir.

Esfumarse.

Alejarse tanto que nadie fuese capaz de oler su miedo.

Desaparecer.

Correr aferrada a una manta que la mantenía cuerda mientras pensaba lo que diría cuando la atraparan.

León no podía seguirla.

Julieta no podía alcanzarla.

Perderse en el jardín.

Esconderse entre los árboles.

Arrastrarse entre la hierba del sueldo deseando fundirse en ella.

Llorar.

Suplicar.

Desear estar lista para algo inminente.

Perder la lucha con el deseo.

Saberse acabada. Pérdida. Acorralada. Desesperada.

Caminar hasta perder de a poco la noción del tiempo.

—¿Se encuentra bien, milady?

Una voz extraña la hizo reaccionar después de unos cuantos pasos. Cuando volteó para responder, ya no pudo distinguir en la lejanía su propiedad, solo veía el camino terroso que llevaba al pueblo y un joven apuesto que se había bajado del carruaje en el que andaba para auxiliarla.

Por unos segundos salió del letargo en el que se había sumergido. Parpadeó unas cuantas veces y respiró profundamente para terminar de reaccionar.

—Yo...—no podía ir a casa. No podía enfrentar a León. No podía ver a Julieta. No estaba lista—. Me dirijo al pueblo.

El joven le sonrió.

—Si gusta puedo llevarla.

Señaló el carruaje y no dudó antes de asentir y subirse por la puerta que caballerosamente le abrió.

—Es un día caluroso para ir caminando—dijo el chico mientras comenzaba la marcha.

—Lo es.

Era lindo. Tenía la nariz respingada, unas cuantas pecas en las mejillas y el cabello castaño saliendo a borbotones por debajo de un pequeño gorro marrón. Lucía amable. Quizás una guerra en puerta no era la mejor oportunidad para conocer extraños, pues nada le aseguraba que aquel chico no fuese un ladrón, pero más miedo le daba volver a casa, así que solo se tragó el nudo de su garganta y se dedicó a ver los arboles pasar.

Él no insistió para sacarle platica, respetó su espacio y fue hasta que se detuvo en el pueblo donde rompió el silencio.

—¿Dónde quiere que la deje?

Traía unas cuantas monedas sueltas y mucho tiempo que perder mientras pensaba.

—Aquí está bien—le sonrió aún un poco entumecida—, muchas gracias.

Cuando el chico le correspondió el gesto pudo ver dos pequeños hoyuelos en sus mejillas.

—No hay de qué. Si llega a necesitar algo más, trabajo en el mercado.

—Lo tomaré en cuenta.

Se despidió con un asentimiento de cabeza y comenzó a andar percatándose de que aún traía la manta en sus manos. Se detuvo, la dobló sobre su brazo e intentó simular que aquella no era una situación extraña.

La condena del diablo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora