—Puntual como siempre.
Alagó el hombre que tomó las hojas con los nuevos capítulos de la novela, mientras las guardaba en un bolsillo grande que llevaba cruzado en el pecho.
—¿Qué tal la escritura?—se animó a preguntar viendo que Jackeline no había respondido a su primer comentario.
—Pan comido—le restó importancia con un gesto de su mano como si no hubiera estado toda la madrugada comiéndose la cabeza por unas cuantas páginas.
Arturo sonrió en respuesta.
—Ya veo...—se quedó vacilando moviendo los pies en su lugar y sonriéndole a la dama con un gesto bobo.
Cada jueves que Arturo Johns iba por los capítulos para llevarlos a la imprenta era el mismo juego soso de coquetearle con las cuatro preguntas que comúnmente hacía para sacarle conversación:
1-¿Qué tal la escritura?
2-¿Cómo va con el libro?
3-¿Amaneció bien?
4- ¿Ya desayunó?
Se sabía de memoria sus tiradas, y no es que a Jackeline se le hiciera un hombre feo, porque decir eso sería considerada una grosería de alto grado para los profundos ojos avellana que tenía. Simplemente se le hacía aburrido; predecible, y ella de eso ya tenía mucho.
—¿Amaneció bien?—preguntó después de vacilar un rato y la dama solamente le sonrió con un poco de lastima.
—Perfectamente. Que tenga lindo día.
Se dio la vuelta volviendo a la mansión y cerró la puerta antes de que pudiera darle tiempo de contestar.
Apenas eran las ocho de la mañana, y sus ojos hinchados por no poder dormir escribiendo le estaban rogando que volviera a la cama. Anduvo a la cocina buscando a Manson, el cocinero, para robarle uno de sus panes con mantequilla antes de volver a la habitación. Se detuvo cuando del otro lado de la madera escuchó un remolino de risas que le acarició los oídos con gracia. Abrió la puerta lentamente y se encontró con sus dos doncellas librando una guerra de harina que tenía todo el suelo tapizado de blanco.
—¡Ustedes van a limpiar eso!—gritaba Manson con un rodillo en la mano.
—¡No seas aburrido!—se quejó Marisol arrojándole un puño de harina en la cara.
El cocinero tosió un par de veces con una mueca de enojo que le pintó de un rojo intenso el cuello y las orejas.
—¡Esta casa es de locos!—volvió a rechistar huyendo de la cocina antes de que se atrevieran a cometer otra travesura contra su persona.
El hombre se pasaba contando historias de cuando fue chef de un palacio de Francia. Hablaba de festines hechos para dioses, bailes monumentales, fiestas que duraban días enteros, pasteles de diez pisos y cientos de sabores diferentes de crema para rellenar panecillos.
Sabiendo eso era entendible que se aburriera en una casa que era demasiado grande para ellos solos, pero vaya que le agarraban gracia a molestarlo y hacerle bromas solo para ver cómo se le ponían coloradas las orejas.Jackeline pasó lentamente intentando no hacer ruido para llamar la atención de las doncellas que actuaban de guerreras. Los panecillos estaban en una mesita junto a la puerta, no muy lejos de sus pasos...
—¡Alto ahí!—gritó Samantha.
—¡Intruso!
Y pronto se vio en mitad de un ataque de harina que la dejó completamente blanquecina, de pies a cabeza, mientras las jóvenes coreaban unas estridentes risas que resonaron por toda la mansión.
Jackeline estornudo más de cinco veces mientras se ahogaba con las carcajadas que se le estaban amontonando en la garganta.
—¡Unas bestias!—volvió a quejarse Manson con un grito que sonó lejano.
—¡Tras él!—gritó una de las doncellas, y las tres mujeres salieron corriendo de la cocina con los puños llenos de harina en busca del hombre que les huía.
De pronto las enormes puertas de la mansión se abrieron con dos guardias que las empujaron de forma elegante, dando paso a dos filas de sirvientes que entraban con baúles de ropa, zapatos, vajilla... ¿jarrones?
Era gente que jamás había visto en su vida, pero el aliento le murió en la garganta cuando al final de las hileras, con una entrada demasiado dramática para su gusto, León Paradig entraba con un porte elegante que demostraba su autoridad. Era fornido, demasiado alto como para verlo completo de un solo vistazo, elegante y maravillosamente guapo.
El caballero caminó hasta colocarse frente a las tres mujeres. Las examinó con una mueca entre el asco y la vergüenza hallándolas completamente llenas de harina, mostrando así su completa falta de modales y educación.
—Buenos días.
Su voz era igual a como la recordaba.
Jackeline estaba clavada a mitad del recibidor sin siquiera poder respirar. Las manos le temblaban y podía asegurar que palideció de un segundo al otro.
El duque comenzó a quitarse el saco y el sombrero, y lo colgó del hombre de Jacky, quien era la que tenía más cerca.
—Guárdelo. Si lo ensucia de harina lo lava nuevamente, y tráigame el desayuno al comedor principal. Dos huevos tiernos y un vaso de juego de naranja natural.
Las indicaciones flotaron en el ambiente mientras el hombre se alejaba y el batallón de sirvientes se perdía en lo alto de las escaleras. De un momento al otro las tres jovenes se quedaron en el recibidor solas después de la avalancha de gente que las había atacado.
Tres cosas viajaron a la mente de la duquesa en ese momento: hacía mucho tiempo que no se sentía rodeada de tantas personas, y de igual manera creyó que por lo menos pudieron haber avisado que se aparecerían de la nada con una carta cordial por lo menos con una semana de anticipación.
Tampoco se podía creer que había visto a su esposo, ¡su esposo!, quien de oficio no tenía nada más que el nombre, y a quien había visto por última vez cinco años atrás cuando él muy descarado solamente le dio las buenas noches y mandó el carruaje directo a esa jaula donde habitaba.Y para acabar de sobrepasar todos sus males, él ni siquiera la había reconocido. Es más, hasta la confundió con alguien del servicio y el gesto de desagrado con que la había visto, solo aumentó sus ganas de salir corriendo a vomitar.
—Es un...—Marisol, su doncella, dejó la oración al aire temiendo insultar a su gracia.
—Desgraciado—terminó Jacky, importándole muy poco su complejo de superioridad.
Samantha, su otra doncella, después de los segundos que tardaron en reaccionar se acercó rápidamente a la duquesa para tomar las prendas que el duque le había dado.
—Gracias...—musitó aún sin palabras.
—Yo me encargo del desayuno—se despidió andando por Manson con un paso algo desesperado mientras Marisol le tocaba el hombro lentamente para hacerla voltear.
—Yo la llevaré a su cuarto para que se cambie de ropa—le indicó, y Jacky le siguió por las escaleras rumbo a ponerse algo adecuado para saludar a su marido.
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La condena del diablo
Fiction HistoriqueUna esposa virgen. Un marido ausente. Una pasión apagada que está a punto de arder. 5to libro de la saga "la debilidad de un caballero" No es necesario leer los libros anteriores para entender este✨ CONTENIDO +18