❃Lasciami andare❃

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-No, Damiano. No quiero tener problemas.

-Problemi un cazzo. Te dije que agarres lo que quieras comer, Ethan -reprendió.

El omega de cabello negro resopló resignado.

-Los alfas no quieren que comamos su comida -advirtió temeroso sirviéndose el desayuno que los omegas tenían prohibido consumir-. Tendremos problemas.

-Problemas -bufó con molestia-. Problemas tendrán ellos conmigo si llegan a hacer una mueca, aunque sea. ¿Por qué debemos comer pan duro mientras ellos comen tocino y huevos revueltos? -cuestionó mientras se servía café. Era consciente de las miradas de los otros alfas sobre él, pero no le importaba.

Llevaba más de dos semanas desayunando la comida que le correspondía absurdamente a los alfas. ¿Había tenido problemas? Claro que sí, y a pesar de que podía defenderse perfectamente solo, Zayn se había encargado de dejar bien claro que el que tocaba al omega lo mataría sin pensarlo dos veces. Después de ver la reacción de Zayn con Evan, del cual no volvió a saber nada, no dudaba de que el alfa era capaz de cumplir sus amenazas. Sin embargo, no accedería a la injusticia y a la desigualdad de comer diferente al resto. Todos eran seres humanos en la misma condición, la casta no los definía. Al menos, de esa manera, siempre se había regido Damiano.

Levantó el mentón antes de voltearse hacia el salón y con Ethan, prácticamente escondido detrás de su espalda, caminó hacia la mesa. Todos lo miraban fijamente, aunque nadie se atrevía a decirle nada. Una emoción agradable se instalaba en su corazón cada vez que comprendía que se estaba convirtiendo en alguien intocable en ese lugar. ¿Le preocupaba el motivo? Realmente no, porque el fin era lo que en verdad le gustaba. Nadie podía molestarlo, mucho menos tocarlo y Damiano estaba bien con eso. De todas maneras, no quería que su nuevo amigo tuviera problemas, aunque lo defendería si fuera necesario.

Estaba más que conforme que el único que podía tocar su piel fuera era el alfa de cabello negro y ojos avellana, piel suave y aroma avasallante. De solo pensar en la fragancia de Zayn se le erizaba la piel. Le encantaba a pesar de que pusiera todo de sí para controlarse. Cuando el alfa se acercaba despacio a él y lo tomaba de la cintura con tanta posesividad, se le hacía tan difícil no mojar sus calzoncillos. Era inverosímil lo que le sucedía con ese alfa demente. No obstante, no había vuelto a intimar con Zayn desde el celo de este y Damiano estaba comenzando a desesperar por volver a sentirlo. Se preguntaba por qué el alfa no había vuelto a poseerlo.

¿Quizá era porque no estaba tomando supresores? El omega no tenía la culpa, dentro de la mochila que le robaron estaban las malditas pastillas que Ethan le había dado. Y si de algo podía estar tranquilo, era que había llegado a tomar las píldoras amarillas. Había muchas cosas de las que Damiano estaba inseguro en esta vida, pero si había algo que tenía más que claro, era que no deseaba cargar con un hijo.

Se sentó en la mesa junto a Ethan y le golpeó el codo.

-Oye. ¿Cuántas posibilidades hay de que puedas conseguirme más supresores como los que me habías dado?

El contrario, que estaba llevándose a la boca un trozo de tocino, lo miró fijo alzando las cejas y esbozando una sonrisa pícara.

-Le quieres echar polvos a Baco, ¿no es así? -dijo burlón.

Damiano rio mientras comía también su tocino.

-¿Quién no quisiera cogerse a Zayn? -respondió con picardía-. Está tremendamente bueno.

Ethan soltó una carcajada.

-Ni siquiera te esfuerzas en ocultarlo.

-¿Por qué habría de hacerlo? Zayn me gusta y me calienta mucho -admitió con tranquilidad-. Y lo mejor de todo es que a él le pasa lo mismo conmigo.

Piccolo, el show debe continuar [I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora