❃Come eravamo destinati ad essere❃

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Una nueva noche encontraba a Damiano en su camerino. Un viejo candelabro era el único que iluminaba el pequeño lugar. Su mano, que acariciaba con delicadeza el vaso de whisky sobre su mesa, por momentos llegaba a doler ante la sensación de vacío que se apoderaba de ellas. De sus ojos corrían amargas lágrimas, mientras recordaba aquellas miradas colmadas del más puro amor. Un amor que subestimó, el mismo que creyó que ayudaría a perdonar todos sus caprichos o sus más graves errores. Un amor que comenzó siendo su hogar para convertirse en el veneno que le daría muerte a su alma.

Mezcló su bebida y como se le había hecho costumbre, preparó la dosis que lo ayudaría a sobrellevar su pena y sentir ese sublime amor una vez más, como debería haber sido siempre. Estaba agotado de cargar con una cruz tan pesada sobre sus hombros y consideraba que, sentir el amor de Zayn una vez más, sería lo único que podría salvarlo del abismo por el que no dejaba de caer desde hacía meses. Su vida estaba arruinada, trastabillando una y otra vez, hundiéndose en una oscuridad que estaba manchando su pureza, haciéndola desaparecer lenta y tortuosamente.

Unos golpes en la puerta interrumpieron por unos instantes su lamento. Allí afuera había alguien que esperaba por entrar a su cuarto lleno de purpurina y sueños muertos para saciar sus deseos y fantasías más oscuras. No importaba cuánto Damiano intentase retrasar el momento, al final deberá abrir la puerta y enfrentar el peor castigo que Zayn pudo haberle dado. Aunque todavía, seguía considerando que vivir sin su amor incluso, es una pena peor.

Sabía que su alfa aún lo amaba. Podía verlo en sus ojos, en la forma en la que Zayn todavía lo miraba cuando creía que Damiano no lo hacía; privarlo de todo lo que su alfa le había brindado alguna vez, hacía que todo fuera más doloroso. El recuerdo de su apasionado amor, de su cuidado y protección le desgarraba el corazón. Así como también lo hacía el adormecimiento de su lazo, la falta de emociones y sensaciones en él; el mismo que una vez estuvo lleno de fuego y entrega. Cada vez que recordaba aquello, acariciaba la borrosa marca que apenas se distinguía en su cuello. El dolor era profundo, pero le recordaba que una vez la había lucido resplandeciente, llena de seguridad y amor.

La insistencia detrás de la puerta reflejaba el demandante deseo de quien esperaba para saciarse. Tomó la pastilla con un sorbo de whisky ya que era el momento de volar a aquel lugar al que los estupefacientes lo trasladaban, y no podría oponerse a eso, si allí lo esperaba su alfa de dulces te amo y tiernas caricias. El sitio que hacía que el infierno donde estaba quemándose no terminara por consumirlo completamente.

El efecto no demoró en aparecer. Sus latidos se calmaron y el dolor constante en su pecho también lo hizo. Cerró los ojos para recibir la fantasía, negado a llamarlo alucinaciones, y de inmediato vislumbró sus hermosas avellanas, las mismas que todavía lograban hechizarlo, causando que perdiera la poca cordura que tenía frente a su alfa. Podía sentir la suavidad de su aroma envolviéndolo con delicadeza logrando erizar su piel, tal como solía hacerlo en sus tiempos dorados. Hizo un pequeño esfuerzo para caminar hacia la puerta y al abrirla, imaginó que allí estaba su alfa, impecable en su camisa de seda negra, la misma que vestía la noche que hicieron el amor por primera vez en su hogar.

—Te ves hermoso, tesoro.

Pretendió escuchar la voz aterciopelada de Zayn hablándole seductoramente como solía hacerlo para provocarlo. La misma continuaba teniendo el mismo efecto de siempre: Estremecer su cuerpo entero y dejarlo a merced de sus deseos.

Lo invitó a pasar y el hombre no se demoró en agarrarlo con brusquedad. Damiano imaginó que Zayn lo estaba tomando tal como lo hacía cuando este lo deseaba.

—Bésame... —suplicó el omega al imaginar la sonrisa que su alfa esbozaría en respuesta a su pedido. "Como si fuéramos amantes, como se suponía que debíamos ser", pensó desdichadamente.

El hombre le correspondió de inmediato y en cuestión de segundos estaba nuevamente acostado en aquel lecho de agonía, en dónde su alma dolía al igual que su maltratado cuerpo. Cerró los ojos con fuerza y rogó para que el efecto de la droga se prolongara por algo más de tiempo, porque sabía que, cuando esos colores y sombras se desvanecieran, entonces su alfa se habría ido con ellos... Le resultaba tan difícil aceptar que se marcharía otra vez, que lo dejaría desamparado en una cruda realidad en la que ya no significaba nada para Zayn, la misma que lo golpeaba sin piedad y que pronto terminaría por consumir lo poco de vida que quedaba en Damiano.

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FIN DEL LIBRO

Piccolo, el show debe continuar [I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora