❃Rosa con spine❃

189 23 33
                                    

El alfa se detuvo frente a una casa con fachada de ladrillos y una pequeña puerta blanca.

—Es aquí —avisó y se adelantó para abrir la puerta—. Puedes pasar... —invitó con una sonrisa.

Damiano ladeó un poco la cabeza observando con desconfianza al alfa. El omega de tanto en tanto lo había mirado por sobre su hombro y el pelinegro se había mostrado tranquilo y seguro en todo momento. A pesar de que el aroma a sándalo del alfa aseveraba aquello, no tenía motivos para confiar en él. El carilindo era un completo desconocido y la experiencia que le había brindado estar en la calle, le daba la seguridad de que no podía confiar en nadie, mucho menos en alfas que aparentaban ser amables; esos eran los peores. ¿Por qué está ayudándome? ¿Qué me pedirá a cambio?, se preguntó. Conocía muy bien a la gente que fingía ser buena para luego cobrar con favores sus buenas acciones.

—No te haré daño —aseguró Zayn. No era difícil descifrar la duda en el rostro o en la esencia del omega—. Tampoco dejaré que alguien te lastime —prometió.

—Eres un defensor de pobres, ¿o qué? —preguntó mordaz—. Ni siquiera me conoces. ¿Por qué me ayudas?

—Eres pequeño, omega... Solo es eso —dijo el alfa con un tono nervioso que Damiano no pasó por alto.

Ti dispiace per tutti i piccoli omega? / ¿Te compadeces de todos los omegas pequeños?

—Por favor, entra... —pidió Zayn casi en una súplica que supo estremecer al lobo de Damiano.

El italiano levantó el mentón y se relamió los dientes. Aseguró su postura y con la misma impronta que utilizaba cuando sabía que se metía en la boca del lobo, entró al lugar. El hogar era muy grande; a simple vista parecía una vecindad. Damiano levantó la vista para observar los balcones llenos de plantas. Las paredes estaban pintadas de un blanco desgastado y poseían revoques, aunque en algunas partes ni siquiera estaban pintadas. Llevó la vista hacia el gran pasillo descubierto que dividía las habitaciones. En medio, divisó una escalera en la que un grupo de chicos estaban sentados. El alfa se adelantó y el omega comenzó a caminar detrás de él. A medida que se acercaban a los jóvenes, estos comenzaron a prestar atención al acompañante del pelinegro. Damiano distinguió al estúpido alfa lleno de acné que quiso propasarse con él más temprano en la puerta del hotel.

—¡Miren quien vino a visitarnos! —gritó el alfa en cuestión—. ¿Viniste a buscarnos para divertirte, omega? —preguntó con socarronería y se puso de pie, caminando hacia el italiano—. Felicitaciones por la presa de esta noche —le dijo al pelinegro.

Damiano dio un paso hacia atrás al ver al joven acercarse. El alfa de cabello como la noche se posicionó frente al omega y detuvo al chico apoyando su mano en el pecho de él.

—No —dijo severamente—. No vas a tocarlo —advirtió—. Nadie va a tocar a este omega —amenazó observando a los demás—. El que se atreva a acercarse a él se las tendrá que ver conmigo, ¿queda claro?

A pesar de que las facciones del omega no se alteraron en absoluto, su interior se sorprendió ante la postura defensora que había tomado el pelinegro. Llevó la mirada hacia el grupo de jóvenes que parecían igual de sorprendidos que él, aunque en ellos sus expresiones de asombro sí eran visibles. Damiano llegó a la conclusión de que la sorpresa se debía a que el alfa probablemente no se comportaba de esa manera con ningún omega. Había comenzado a dudar si se trataba de una buena idea quedarse un minuto más en ese lugar.

—Vamos, Zayn. ¿Qué te sucede? ¿De pronto cuidas menores? —preguntó el chico con ironía y pretendió adelantarse otra vez hacia el omega, no obstante, se detuvo abruptamente cuando el pelinegro le agarró fuertemente el cuello con una mano.

Piccolo, el show debe continuar [I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora