❃Aroma incantevole❃

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Mientras se detenía frente al edificio, observaba la fachada gastada de ladrillos frente a él. Una escalera de cemento desembocaba en una vieja puerta de color verde en la cual colgaba un cartel con la leyenda: Habitaciones disponibles. No era tan pintoresco como lo había imaginado al salir de Salerno, al sur de Italia. Respiró profundo y se acomodó el pequeño bolso en su espalda, el mismo que Damiano tenía tiempo preparando y que había guardado en un lugar seguro de su armario donde nadie podría verlo y sospechar de sus planes.

No había sido muy difícil planificar su huida. Tenía varios amigos que había conocido en la calle —la misma que frecuentaba desde temprana edad— que le consiguieron un permiso de viaje para menores de edad. Era lo único que le permitiría a un adolescente de dieciséis años salir del país y atravesar solo medio mundo para llegar a Nueva York, específicamente a Brooklyn. El lugar que, según Damiano, sería la cuna de sus sueños.

Otra de las razones que le facilitaron escapar de Salerno fue la situación en su hogar. Damiano no solía llamarlo de esa manera; estaba muy lejos de llamarse hogar. Su madre había estado internada tantas veces que había perdido la cuenta. No había una enfermedad que le provocara aquello, sino una adicción de la cual la mujer parecía no poder escapar. Por otro lado, su padre era un hombre violento que descargaba sus frustraciones con él, quien era su único hijo, el que tanto había deseado que fuese alfa, no obstante, un hermoso omega de ojos color avellana y cabello castaño había nacido en su lugar.

—¿Estás perdido, bonito? 

Escuchó a su costado y no pudo evitar girarse hacia el grupo de jóvenes. Eran alfas, podía sentir sus hormonales, excitados y apestosos olores desde donde se encontraba. Los jóvenes parecían murmurar entre ellos acerca del pequeño omega, quien permanecía estático en medio de la acera. Percibía también sus risas burlonas y bromas estúpidas, seguramente las mismas que solían hacer todos los alfas acerca de los omegas, sobre todo si estos eran más pequeños que ellos; frecuentar las calles le había dado la experiencia necesaria para distinguir a los alfas imbéciles. 

No le producía temor encontrarse solo ante un grupo de hormonales adolescentes, ni siquiera estando en un país que no era el suyo. Tampoco le preocupaba el idioma, su abuelo Vitto le había enseñado a hablar inglés a la perfección ya que su abuela Madeline, la que Damiano no había llegado a conocer, era norteamericana. A veces, cuando lo visitaba, ni siquiera hablaban en italiano, se dedicaban a hacerlo en inglés.

Notó de pronto como uno de los jóvenes comenzó a acercarse a él con una estúpida sonrisa en su rostro. Miró hacia el edificio nuevamente ignorándolo y dio un paso adelante antes de escuchar otra vez al chico.

—¿Tan rápido te vas, omega?

Damiano alzó una ceja y rodó los ojos, sin embargo, cuando quiso dar un paso más, el joven lo detuvo posicionándose frente a él.

—Eres nuevo por aquí —aseguró el chico con un tono ladino mientras lo observaba de pies a cabeza.

El omega, a quien no le caían bien los alfas que se comportaban como si fueran una maldita casta superior, llevó la mirada hacia el chico y observó su rostro lleno de acné; le resultó repugnante. Una mueca de desagrado se vislumbró en sus labios cuando volteó hacia el grupo de alfas. Su vista se detuvo en el único joven que no lo estaba observando, parecía estar muy interesado en su cigarrillo al que por momentos le daba caladas. Por su contextura física parecía ser también de la misma casta y edad que sus amigos. Su cabello era negro como un cielo sin estrellas y sus brazos estaban adornados con algunos tatuajes que no llegó a distinguir a la distancia. Ladeó la cabeza hacia el frente e ignorando al alfa con acné quiso continuar caminando, pero este se lo impidió una vez más.

Piccolo, el show debe continuar [I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora