Atentamente. Con cariño.

Carta XLIII

Querida pescadora:

No creo que hayas heredado tus habilidades de tu papá. Él no se molestó siquiera en pescar algo, en cambio vos desparramás anzuelos por todos lados y vigilás constantemente. Que yo sea difícil de pescar no es motivo para desmerecer tu tenacidad.

No sé por qué decís que mis pistas son malas. Cuando llegue el momento vas a ver que siempre estuve frente a tus narices (O tu nariz. No creo que tengas más de una). Es cierto que no te lo hago fácil, pero eso es porque no quiero que te aburras rápido. Además, sabés bien que la búsqueda puede parar cuando vos lo decidas. Un mechón de pelo o una oreja perforada no me define realmente, ni siquiera estas cartas. Lo que puedo ser, lo que quiero ser para vos, no puedo mostrártelo con letras en un papel, aunque te parezca lo más real. Hay un yo real esperándote.

Es difícil creer que solo han pasado un par de meses. Si no lo decías hubiera jurado que fue más tiempo. Para mí no empezó como un juego, pero tampoco esperaba conseguir nada. Como yo lo veía, solo era una carta de un adolescente tonto y miedoso. Pensé que no te interesarías en mí. Y luego, te vi dejar la primera carta en el armario, y la siguiente, y comencé a creer que tal vez, a pesar de mi forma de ser, podría ganarme un lugar en tu vida. Creo que fue ahí cuando empecé a cambiar, por vos, y también por mí.

No preguntes de donde salió todo eso. La verdad no tengo idea, solo tenía que decirlo. Conocerte me cambió la vida. Puede que no sepa algunos pequeños detalles, como tu color favorito o la comida que más te gusta, pero sé qué clase de chica sos, y te aseguro que también cubrís mis expectativas. Por cierto ¿Cuál es tu color y tu comida favorita?

Al parecer este es mi momento sentimental. No sabía que tengo alma de poeta, nada mal para un nene grande. No te voy a mentir, tengo mis comportamientos inmaduros personalmente. En cartas lo puedo disimular, pero frente a frente no te prometo nada. Supongo que podrás soportarlo.

Atte. J.