2x03: Magismia

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Caminamos por menos de cinco minutos y acabamos en lo profundo de un valle al frente de una hermosa fuente de aguas cristalinas

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Caminamos por menos de cinco minutos y acabamos en lo profundo de un valle al frente de una hermosa fuente de aguas cristalinas. Nuestra guía se sentó en el borde y mojó la punta de sus dedos en el delicado manantial.

—Esto debería ser más que suficiente para el ritual —habló—. ¿Ya habías realizado un Ritual de Magismia antes? —le preguntó a mi compañera, a lo que ella negó con la cabeza— Entonces, déjame ayudarte. El movimiento de la magia debe ser minúsculo y fríamente calculado para evitar problemas con el control de la magia de Xarnis más adelante.

Yo desenvainé mi arma y la dejé a simple vista mientras la sostenía. La chica comenzó a realizar con sus manos un movimiento que Percyra, como un espejo, pareció imitar a la perfección. Ambas comenzaron a susurrar algo que no podía escuchar con claridad. Fue entonces que, desde la fuente, una cortina translúcida empezó a ondear al son del aire a medida que se acercaba a Ghostwatcher. Mi arma brilló y vibró, enviando un fuerte zumbido a mi columna. La chica terminó por sellar el conjuro, creando un brazalete mágico junto al filo de mi espada que desapareció poco después.

—El ritual ha sido un éxito —informó—. Ahora solo queda que hagas tu parte.

—¿Cómo te sientes? —preguntó mi compañera.

—Honestamente, no creo que haya funcionado.

—A veces toma tiempo —agregó la chica—. Vas a estar bien. Ahora solo necesitas conectar tu alma a tu objeto de apoyo y estarás listo para tu debut.

—¿Cómo se supone que haga eso? —pregunté después de un silencio.

—Me alegro que hayas preguntado —habló, separándose de Percyra—. La clave es despejar tu mente; deshacerte de todo aquello que te detiene y respirar tan puramente que sientas que tu arma es una parte más de tu cuerpo. No lo lograrás a menos que cumplas esto, mi amor...

—¿Cómo sabré que lo logré? —me urgía saber.

—Créeme cuando digo que, una vez la conexión se establezca, todos lo sabremos.

Sin nada más que discutir por el momento, tomé asiento en una roca frente al lago, crucé los pies e intenté entrar en un estado de concentración absoluta. El suave y calmante sonido del agua del río se volvía una obra maestra al chocar contra las rocas; el canto de distintas aves creaban una sinfonía agradable de escuchar, y el sonido del viento moviendo las hojas de los árboles era solo otro factor principal de la tranquilidad que esta práctica me propiciaba.

Eventualmente, caí en un estado de soledad. Mi menté quedó a oscuras y mis pensamientos se disiparon. Frente a mí, como ya era una costumbre en mis recientes pesadillas, apareció Iriussa; pero esta vez no estaba sola. A su lado se hallaba aquella bruja que había sido protagonista de mis pesadillas desde que dejé Reelien, aquella bella dama de labios rojos y ojos rosa. Ella posó una de sus manos en el hombro de Iriussa y utilizó la otra para acariciar su delicado rostro.

—Podías haberte esforzado más, Xarnis —dijo la bruja—. No puedo creer que hayas dejado perecer a tan hermosa criatura.

—No fue mi culpa —respondí, a diferencia de en mis otras pesadillas, con voz firme—. Fue ella quien decidió entregar plácidamente su vida para salvar Alfhem. Mi deber es proteger a todos de la maldad y oscuridad que azota Erafall. Dime, ¿cómo podría negarle a Iriussa tan puro deseo?

—El título de Guardián es algo que se ha ido heredado con los siglos a partir del linaje de nuestro precursor —comentó ella—. Imagina qué desagradable el día que descubrí que no había existido ningún Guardián que no fuera humano. ¡Humanos! Raza tan débil y dependiente. ¿Cómo podría alguien confiar la paz de todos en algo tan estúpido y ordinario? Imagino que tendrás tu propio punto de vista sobre el tema, pero quiero decir algo antes: no eres digno de ser Guardián, Xarnis. Mi consejo es que dejes a otro hacer el trabajo y, mientras puedas, conserves tu vida.

—¿Cómo podría ser digno de ser Guardián si me dejo guiar por tal imparcial declaración? —aclaré—. Me da igual lo que opines sobre mí ¡Al diablo! Me da igual lo que piensen todos. No estoy aquí para ser su mejor amigo, sino para asegurarme de que nadie pierda la vida en vano. Iriussa no murió por gusto, entregó su propia vida con el fin de restaurar aquella que había sido injustamente robada. Por eso, vuelvo a repetirme: no fue mi culpa. Ve a lavar cerebros a otro lado.

—En verdad, no me importa si lo es o no —habló—. Tan solo quiero que observes su rostro, que la mires a los ojos y le digas que no te sientes culpable.

—Ahora tan solo juegas conmigo —dije, evitando sus provocaciones.

—Si tan seguro estás de ti, ¿por qué no haces lo que digo? Venga, acércate —quedé a centímetros del imperturbable rostro de Iriussa cuando mi cuerpo se movió solo—. Dile que eres verdaderamente puro, Xarnis. Muéstrale que aceptas su decisión de morir.

Por un momento, me pareció algo sencillo pero, al ver los ojos de Iriussa frente a mí no pude evitar quedarme sin palabras. Intenté hablar, pero mi voz no lograba proyectarse. Lo intenté, realmente lo intenté pero, si hubiera sido más fuerte en aquel entonces, ella no hubiera tenido que tomar esa decisión.

Volteé mi mirada hacia la bruja, la cual ahora mostraba una maliciosa sonrisa en su labios y quien, al ocultar sus ojos bajo su sombrero, hizo desaparecer a Iriussa con ella, dejándome otra vez en la total y fría soledad.

Volví a abrir mis ojos, notando que me encontraba ahora tendido en el suelo. Percyra me sujetaba a un lado y la chica de los duendes me observaba de pie, impaciente.

—¿Qué ocurrió? —pregunté.

—Estabas convulsionando... —respondió Percyra.

—En otras palabras: has fallado —completó la otra chica. Una mueca se formó en mi rostro, algo disgustado—. No desesperes aún —continuó—, pues creo que tengo la solución a tu problema.

Percyra me ayudó a levantarme y la chica se acercó a mí, olvidando las reglas del espacio personal.

—Mi nombre es Lynn, por cierto —habló—. Si tú, mi futuro esposo, rondabas estos bosques, significa que has superado la prueba de los Elfos —yo asentí y ella sonrió—. Estoy impresionada: no contaba con vuestra visita tan aprisa. Realmente, eres la pieza que necesitaba en mi vida.

Lynn era un poco empalagosa, pero eso me parecía algo adorable. Sus ojos desprendían pureza verdadera, mezcladas además con una pizca de júbilo y excitación. Ronroneó su delicado cuerpo frente a mí y luego, envuelta en ese aire mágico que tanto la caracterizaba, se dirigió al otro lado del río.

—Este lugar es conocido como el Valle de las Almas Perdidas, y de este lado del río se encuentra algo que apreciarás haber encontrado tan fácilmente —comentó—. Síganme, ustedes dos.

Percyra y yo no hicimos más que obedecer su orden. Si esto lograba confirmar mis sospechas sobre Lynn, significaba que estaba un paso más cerca de mi siguiente objetivo. Fuimos llevados entre la maleza de los árboles y arbustos que parecían salidos de un alegre cuento infantil. En el medio del bosque se hallaba un espacio dedicado solamente a un cuidado adorno. El umbral era un círculo casi perfecto escoltado por pequeñas flores a lo largo de este, algunas rojas y otras azules, puede que algunas blancas.

Lynn nos pidió algo de espacio cuando se posicionó frente a la bella estructura. En su espalda se mostraban ahora un par de alas translúcidas que desprendieron un polvo sedante y placentero. Con decir las palabras correctas, el umbral comenzó a desprender un brillo segador, al igual que el Anillo del Destino en uno de mis dedos, y la puerta al Reino de las Hadas fue abierta

El Guardián de Erafall ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora