CAPITULO 48

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LA CAÍDA DE LA MONARQUÍA

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Antonella Rinaldi

Prisión de máxima seguridad, Desierto del Sáhara

Me estoy empezando a acostumbrar a la oscuridad, a la densa oscuridad que me envuelve durante horas, dónde el frío acaricia mi piel, donde siento que pasa una eternidad pero realmente solo son horas. Pero me gusta estar aquí, porque así es mi vida, oscura, sin un futuro o una salida, aunque me gustaría permanecer más tiempo, al escuchar los pasos me vuelven a erizar la piel.

Las llaves tintinean y me hago a la idea de que otra vez va a pasar, no sé cuánto tiempo pasó, no sé cuándo fue la última vez que me sentí poderosa. La pesada puerta de acero se abre dando paso a la luz que me ciega por momentos, cuando me acostumbre a la luz veo a tres figuras al otro lado, tres hombres sonrientes y listos para meterse conmigo.

—Nuevo día, nuevo inicio.—dice uno

Otro de ellos alza un arma y no me da miedo, realmente ninguno me da miedo, pero duele como un demonio cuando disparan contra mi, voltios me recorren el cuerpo mandándome al piso en medio de la electricidad que impide mis movimientos, no se cuánto es pero son los siguientes para mandarme al piso y dejarme atontada.

Me alzan a las malas y me ponen las esposas, no veo otras celdas, soy la única que mantiene cautiva en este lugar, me llevan nuevamente a la sala donde me lanzan en medio de cinco mujeres, las cuales llevan bates, hierros, esposas, cualquier cosa para poder divertirse conmigo.

—El señor Meyer te manda saludos.—dicen en medio de risas

Y acto seguido se vienen contra mí, clavando sus armas contra mí, golpes van y vienen, mis gritos se pierden entre sus risas e insultos; la boca rápidamente se me llena de sangre y el cuerpo me duele, cada maldita articulación me duele con cada golpe. Me patean como un costal de mierda, me golpean como si fuera su saco de boxeo; los segundos más eternos de mi vida, donde siento que muero pero al final no lo hago.

Me ahogo con mi propia sangre, dónde los gritos ya ni siquiera salen con fuerza, sino como susurros, luchó por mantener los ojos abiertos, pero me es casi imposible con tanto golpe. En medio de las piernas hay una figura, una figura masculina que observa desde más arriba, con los brazos cruzados, mi vista falla a causa del dolor y no logró reconocer su rostro. Sé que se burla de mí, sé que le divierte verme de esta manera, y eso es lo que más me jode, que le estoy dando lo que quiere, mi sufrimiento.

Por momentos pierdo la conciencia, primero me golpean y después estoy sobre una plancha de metal, tengo claves en la cabeza y el pecho, las risas que me hacen eco al igual que sus insultos.

—¿No que eras peligrosa?—se burló una

—¡Ante ustedes la princesa de la mafia!—dice otra

—¡No es más que una perra con cara bonita!

—¡La puta del capitán!

Las lágrimas descienden y se pierden en mi cabello, se lo que se viene y se que solo les daré más diversión, alguien enciende la máquina que envía electricidad por todo mi cuerpo, haciendo que me retuerza en medio de un grito desgarrador. Siento como mi corazón late con violencia y creo que me van a matar, pero se detienen e inician otra vez, en un juego tortuosamente lento que me hace querer matarme yo misma.

«Hermanito… ¿Por qué permites que me hagan esto?», está humillación jamás creí pasarla, en verdad creí que tenía bajo control todo, pero debí suponer que Walter no me iba a dejar ir tan fácil.

«¿En verdad merezco este karma por haberme enamorado?», no encuentro la respuesta, pues la electricidad me desconcentra y solo me hace retorcerme buscando calmar esto. Pierdo la conciencia y ahora estoy colgada de un gancho, tal cual yo tuve a Kesar Sakolev, frente a mí una mujer azota un bate contra mi estómago haciéndome vomitar sangre, luego lo azota contra mis piernas y creo que rompió un hueso.

—Creo que debes tener algo más imponente en tu cuerpo de modelo.—dice otra desquiciada a la vez que se me acerca con una navaja

—No… no…—me niego a que me hagan algo así

Dejan la hoja filosa contra mi piel, y cierro los ojos resignando a qué me harán una humillación pero.

—El tiempo acabó.—aviso una voz masculina

Siento que puedo volver a respirar, varios reniegan pero no tardan nada el reventar la cuerda y dejarme caer al piso como si no valiera nada, el cabello lo tengo lleno de sangre y todo el cuerpo me tiembla del dolor, los mismos policías que me trajeron me regresan a la celda oscura, otra vez vuelta mierda.

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Pocas veces veo la luz del día, la única vez que lo hago es cuando me llevan a esa sala donde me hacen mierda y cuando regresó a la celda bañada en mi propia sangre. No sé cuántos días han pasado, no sé hace cuánto murió mi hermano, no sé qué está pasando en la mafia, no sé nada. Solo tengo recuerdos del pasado, que me castigan como látigos, cada recuerdo es un azote, y el que más me duele son los de Walter.

Sabía lo que él era, sabía lo que quería, sabía cómo trabajaba, lo sabía todo.
Y sin embargo caí en sus redes de mentiras, me deje llevar por los sentimientos, por lo que me hacía sentir cada vez que me besaba o tocaba. Me enamore del enemigo de mi hermano, del asesino de mi hermano, yo fui una traidora, porque debí matarlo cuando pude, pero lo deje vivir y ahora es mi hermano quien está tres metros bajo tierra; y yo estoy aquí, en medio el desierto sufriendo las consecuencias de mis actos.

Muchas veces me llene la boca diciendo que era intocable, que nadie podía contra mi, pero ahora me demuestran que soy una simple humana, que no soy tan fuerte como creí, que no soy tan poderosa como creí, porque me han llevado a mi punto de quiebre, y aunque no les ruego que paren, tampoco finjo estar bien.

Tengo heridas por todo el cuerpo, el labio siempre está roto, siempre me duele la cabeza por los golpes, pero sobretodo el pecho me sigue doliendo incluso más que todo lo que me hacen, porque constantemente recuerdo cómo y porqué llegué aquí, cada día recuerdo a mi hermano y en lo decepcionado que debe de estar al verme así. Pienso en como Walter disfruta día con día mis humillaciones, pero me duele más saber que aún lo amo, y eso me jode en el alma.

Ya no queda nada de la mujer que fui, ya no queda nada de esa Antonella que ilusamente creyó que el amor no era tan malo, ojalá pudiera verla y matarla por ser tan ingenua, hacerle saber que el amor no es más que una estaca que se te entierra en el corazón y la sangre se va derramando poco a poco hasta dejarte morir, que el amor no es más que algo con lo que te pueden derribar y usarte en el proceso.

«El amor no existe, y si existe que alguien me lo demuestre», porque ese sentimiento me ha orillado a esto, a ser humillada, golpeada, torturada, todo por haberme enamorado de Walter Meyer, y no creo que el amor me salve de esto, nadie me va a salvar de esto. Solo yo puedo hacerlo, yo soy mi propia salvadora, por ello debo resistir, ser fuerte y cuando llegue el momento indicado, voy a volver, más fuerte y lista para recuperar lo que tuve que dejar atrás. Metí las manos al fuego por la persona incorrecta y me queme, pero siempre me ha gustado hacerlo, por ello vuelvo a jugar con fuego, haciéndome a la idea que esto no es más que una caída, y cualquiera se puede levantar de las caídas.

Pocos se dan cuenta de que yo no nací para estar en el piso, porque mi apellido proviene de un linaje que nació para gobernar y yo no dejaré que quede en el olvido.

Porque yo fui… las obsesiones que queman a todos aquellos que se atreven a jugar con fuego.

Porque yo soy… Antonella Rinaldi, hija de Marco Rinaldi y hermana de Franco Rinaldi.

Porque yo seré… la reina del tablero, la reina de la mafia.

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OBSESIONES QUE QUEMAN [1°] [EDITANDO] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora