Capítulo 24 "El poder de las cenizas"

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Calantha estaba bajo el cuidado de Ron y Hermione, quienes no serían los cuidadores por excelencia, pero Hermione había apelado a su favor durante días, llegando a mover sus horarios en el Ministerio de Magia para coincidir su día libre con ese día en particular. Ron había venido en el paquete y Harry dudaba que tuviera mucha opinión en el asunto.

Harry había temido este día durante meses. Lo había logrado atrasar con certificados médicos y licencias de paternidad, pero incluso él no era inmune a las responsabilidades. Por eso Draco lo había sacado de la cama a una hora inhumana y lo había metido al baño para que se diera una ducha mientras él escogía su ropa para el día. En sus palabras, no permitiría que su prometido y padre de su hija deambulara por allí como un andrajoso sin estilo.

En defensa de Draco, Harry tenía que admitir que él le había propuesto quedarse en casa y cuidar a Calantha sin mayor preocupación. Tanto Harry como Draco tenían dinero para vivir bien el resto de sus muy largas vidas mágicas sin llegar a vaciar sus bóvedas de Gringotts, y ni hablar del dinero que Lucius destinaba para Calantha cada mes. Sin embargo, no estaba en Harry adoptar el papel de esposa, ama de casa y mantenida.

Por eso, aun refunfuñando y no sintiéndose enteramente cómodo con dejar a su hija con Hermione y Ron, Harry se dejó llevar por Draco a la chimenea y desapareció en una explosión verde de polvos flú. Tomado de la mano de Draco, Harry llegó al Ministerio de Magia, sintiendo de inmediato todas las miradas sobre él.

—Todo está bien, Harry. Estoy a tu lado —susurró Draco, acariciando el dorso de su mano mientras avanzaban por los pasillos hasta detenerse en la entrada de la Oficina Principal del Departamento de Aurores.

—¿Traes tu celular contigo? —preguntó Harry, como si no hubiese preguntado lo mismo una docena de veces antes de salir de casa. Draco, paciente y comprensivo, no le recordó esto.

—Sí, está en mi bolsillo, en sonido y listo para recibir cualquier llamada tuya o de Granger.

—Está bien, estará bien, estaremos bien —susurró Harry, apretando con más fuerza la mano de Draco hasta casi trancarle la circulación.

—Llámame si pasa algo, estaré a tu lado de inmediato —Draco acarició tranquilizadoramente la mano de Harry, no reaccionando ante la fuerza estranguladora del agarre al que era sometido.

Harry, saliendo de su nervioso turbamiento, asintió con la cabeza antes de impulsarse hacia adelante y dejar un beso corto, pero significativo, en los labios de Draco. Si antes eran el objeto de todas las miradas, se acababan de convertir en el epicentro del chisme que recorrería los pasillos por el resto de la semana. Después de todo, no era lo mismo leer los periódicos que ver el espectáculo en persona.

Draco le sonrió a Harry de forma tranquilizadora, acariciando su mejilla y dejando un segundo beso en su frente, para luego soltar su mano y alejarse. Sus ojos siguieron fijos en Harry hasta que atravesó las puertas de la Oficina de Aurores, desapareciendo totalmente de su mirada, y solo entonces Draco regresó hacia la chimenea y tomó los polvos flú. Ignorando a todos con esa gracia que había amaestrado como un arte durante años, Draco desapareció rumbo a su laboratorio.

Decir que fue difícil para Harry su primer día, era no tener idea de lo mucho que estaba drenando a Harry. Se había graduado durante su embarazo, lo que significaba que había mantenido algún seguimiento de trabajo de escritorio por poco más de tres semanas antes de que las complicaciones aparecieran y Harry dejase de lado todo.

Si hubiese tenido más experiencia como auror, esa licencia de casi dos años no habría significado nada, pero Harry no tenía experiencia en trabajo de campo más que la que había adquirido en algunas de sus misiones de entrenamiento. Luchar durante la guerra y vencer a Voldemort lo hacía una leyenda, un gran mago, pero no le daba ventajas en campo abierto con los aurores y enemigos que se defenderían.

Siempre a ti (Drarry)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora