Capítulo 5

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Capítulo V

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"¡tenías que estrellarte o que abatirme!"

G.A. Bécquer.

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La música resonaba en su interior. Potente. Tan fuerte como los latidos de su corazón. Lo envolvía. Los dedos desnudos de ella jugueteaban con el pie de cristal de su copa. Lo acariciaba formando una media luna, en un movimiento cargado de sugerencia. Ese simple gesto, recreo en su mente imágenes y sensaciones que lo forzaron a tragarse un suspiro.

Permanecían en la barra, ella sentada, él de pie. Lado a lado. Uno junto a otro, Bill podía incluso percibir el calor de su piel. Pero ella no lo miraba. Sus ojos observaban algún punto del lugar, mucho más allá. Como si él no se encontrase ahí.

Comenzaba a pensar que se estaba burlando de él.

Había venido decidido. Antes de salir de casa, el espejo le había recordado su belleza, ese temperamento implacable que brotaba cuando tenía un objetivo... pero estando a su lado, la energía que emanaba de ella levantaba entre ambos una pared imposible de atravesar.

Sin embargo, tenía que intentarlo. Tenía que utilizar todas sus armas, para romper esa barrera. No podía irse ahora sin expresar sus inquietudes, sus deseos. Ese ardor que se acumulaba en su vientre, cada vez que la pensaba.

Giró su cuerpo hacia ella, inclinándose ligeramente sobre la barra. Sólo en ese momento lo miró. Sus ojos claros, intensos. Dominantes.

—He vuelto —dijo Bill.

—Ya lo sé —respondió, se movió en la silla hacia él, prestándole atención, esperando a que hablara. Ante su silencio, alzó una ceja con una expresión interrogante.

—Pues no lo parece —contestó él, ante su supuesta indiferencia.

Ella desvió la mirada y a Bill le pareció vislumbrar una sonrisa que no supo interpretar.

—¿Son tuyos? — preguntó ella, refiriéndose al paquete de cigarrillos que había sobre la barra. Él asintió.

El siguiente movimiento fueron sus largos dedos retirando uno del interior de la cajetilla. Se lo llevó a los labios y lo atrapó entre ellos. Bill la observó, notando como se condensaba su excitación. Tomo el encendedor de forma casi involuntaria, la mirada de ella se lo exigía.

Al accionarlo, la llama iluminó su rostro por un instante, y eso lo llevó a imaginar su cuerpo resplandeciendo bajo la luz de las velas. Sus labios presionaron el filtro y aspiro, hipnotizándolo, hasta que la anaranjada llama comenzó a quemar el tabaco. Cuando el trabajo estuvo hecho, ella tensó un poco más la espalda y cruzó las piernas enfundadas en seda negra con total tranquilidad.

El humo comenzó a salir de su boca, a la espera de una palabra por parte de Bill. Su mano derecha, la que sostenía el cigarrillo, se agitó suavemente en un gesto que lo invitaba a hablar.

—Tú dirás.

Bill comprendió que había llegado su momento. Ahora mismo se sentía ante una rosa llena de espinas, imposible de asir sin sangrar.

—Quiero regresar —habló con toda la integridad que se podía permitir ante la imagen lujuriosa de aquella mujer que se bebía el humo a bocanadas, disfrutándolo y desechándolo.

Bill espero a que ella respondiese, sin éxito. Sus miradas se mantuvieron unidas, retándose mutuamente. Ella mostró una sonrisa provocativa que Bill entendió como un gesto de complicidad.

—Sabes de qué habló —aclaró en voz baja, inclinándose hacia ella.

—Lo sé... —arrastró la voz, compitiendo con la sensualidad que provenía de él— ¿lo sabes tú?

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