Capítulo 25

37 3 0
                                    

Capítulo XXV

.

Nuit se acomodaba el largo vestido de color piel que llevaba, y que se entreabría por su pierna derecha. Miró por la ventanilla del coche, reconociendo el trayecto. Lo había recorrido muchas veces, la última en una compañía distinta y en otro papel. Escuchó a su lado la voz de su maestro, su dominador; y respondió a ella del único modo que conocía: sumisión.

—Estas distraída —indicó, tomando la mano que Nuit llevaba sobre el regazo—, tus sentidos tienen que estar conmigo —le oprimió los dedos con medida fuerza.

Ella no se atrevió a mirarlo a los ojos. Pocas veces lo hacía.

—Lo están —aseguró.

Nuit notó el pulgar acariciando su muñeca.

—Sabes que eres mi joya —mencionó, cerrando la mano en torno a ella como si fuese un grillete, dejando de manifiesto su fragilidad—, y esta noche tienes que brillar.

Nuit, a pesar de mantener la mirada baja, sabía que él la estaba observando.

Asintió para que su Dom estuviese satisfecho. Esa siempre había sido su prioridad, el valor que él le daba dependía de eso.

—Hasta ahora no me has decepcionado, espero que este no sea el momento de hacerlo —agregó el hombre como una advertencia.

¿Qué pasaría si lo decepcionaba?

En ese momento Nuit se atrevió a mirarlo a los ojos, a pesar de saber que le estaba prohibido. Lo miró sólo un segundo, el tiempo necesario para comprender que algo diferente se gestaba dentro de sí misma. Bajó la mirada. Ella no estaba hecha para tomar decisiones, nunca había podido hacerlo... aunque a veces pareciese lo contrario.

En el fondo le gustaba que la dirigieran, que le marcaran el camino por el que tenía que transitar. De ese modo jamás cometería errores, jamás tendría responsabilidad. Hasta ese momento había encontrado seguridad en ese modo de actuar.

¿Qué pasaba ahora? ¿Por qué se cuestionaba?

Le miró las manos para dirigirse a él. En ellas encontraba la fuerza y la guía que necesitaba. Eran unas manos hechas para acariciar e inflingir dolor cuando se lo merecía. Manos hechas para proteger.

—Te pertenezco, haré lo que tú desees —declaró.

Él tocó un mechón del cabello de Nuit, y lo acomodó con suavidad por detrás de su hombro. En ese instante experimento el placer de ser querida, la felicidad que se bebía a gotas.

El coche se detuvo, y al bajar se encontraron de nuevo con aquel palacio en el que tantas reuniones selectas se habían celebrado.

Una vez dentro, su maestro la ayudó a quitarse la capa que vestía, descubriendo el vestido color nude que llevaba, casi tan claro como su piel.

Casi enseguida escuchó el sonido de una fina cadena hecha de perlas de acero, que permanecía en las manos de su Dom.

—Estás preciosa —dijo él, mientras enganchaba un extremo de la cadena al collar que Nuit llevaba al cuello.

Era su collar de sumisa, su marca de pertenencia.

Avanzaron juntos por los salones casi desiertos. Sólo se veía algún sirviente, en algún rincón apartado. Nuit avanzaba medio paso por detrás de su maestro que la guiaba, sosteniendo el extremo de la cadena. De ese modo indicaba su pertenencia, y ella siempre se había sentido orgullosa de ello.

Caminaron en silencio, escuchando únicamente el eco que producían sus pasos sobre el mármol. Nuit podía sentir el frio del lugar a pesar de la capa que vestía y que la cubría completamente. 

ROJODonde viven las historias. Descúbrelo ahora