Capítulo 6

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Capítulo VI

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Podía ver sus manos acomodando una de las medias en su muslo, luego la presilla del ligero sosteniéndola en su sitio. Sentía el hormigueo de la sangre en mi cuerpo ante aquella visión. La sombra se recortaba contra la tela, cuando ella echó la cabeza atrás, dejando que su cabello se acomodara completamente a su espalda. Un fuerte latido me avisó que estaba lista, que saldría de detrás de aquel biombo y que yo, tan seguro de los pasos que deseaba dar, no sabía cómo moverme para comenzar con el primero.

Todo era tan diferente. En este lugar, junto a ella, toda la experiencia que podía tener no me servía de nada.

La vi salir. Vestía ligeramente distinta a la vez anterior. Su figura estaba ceñida por un corsé, pero este no era sólo de cuero, estaba elegantemente decorado por cordones y encajes. El color rojo jugueteaba a tras luz bajo el encaje negro, creando una sensual fantasía que se robó mi mirada. Las medias sostenidas en sus muslos, contrastaban con su piel blanca, al igual que sus brazos cubiertos, esta vez por guantes de encaje negro. Sólo observarla era un placer.

—¿Aún no estás cómodo? —preguntó. En su voz había un atisbo de diversión.

Pasó junto a mí en dirección al expositor. Muy cerca, a menos de un metro.

—No sabía... —titubeé, mirando su figura contonearse por los altos tacones que llevaba y que se sostenían a sus tobillos con pulseras. A mi mente vino la imagen fascinante de aquellos tobillos atados a los extremos de una cama.

—¿Qué no sabías? —preguntó, repasando los objetos. Decidiendo cuál sería el arma para mi tortura— ¿es que tengo que enseñártelo todo?

Sus palabras hirieron mi maltratado orgullo.

Comencé a desabotonar mi camisa sin dejar de observarla. Cuando se giró y sus ojos se encontraron con los míos, pude notar su satisfacción.

Iba comprendiendo el juego.

Se puso de pie frente a mí, sólo con la fusta en la mano. Me quité la camisa y la dejé caer al suelo. Toqué la venda en mi muñeca. Ella negó con un gesto. ¿Qué sería lo siguiente?

Se aproximó a mí al verme dudar. La fusta tocó la cintura de mi pantalón, y se deslizó hacia abajo acariciando mi erección. Respiré profundamente, obedeciendo la indicación.

Primero removí mis zapatos, el suelo se sentía algo frío, a través del fino tejido de mis calcetines. Me los quite. Uno a uno fui abriendo los botones de mi pantalón, observando su rostro, su expresión. Quería saber que pensaba, que sentía. ¿Se excitaba como yo?

Cuando la prenda cayó al suelo, me sentí más vulnerable que nunca. Sólo podía compararlo con el vértigo de permanecer con los ojos vendados.

Instintivamente lleve mis manos al borde de la ropa interior deseando cubrirme,  sin atreverme a hacerlo del todo. No me equivocaba. Inmediatamente ella empujo mi mano con la fusta en un claro gesto de prohibición.

Aparte las manos bruscamente, la espalda tensa.

Ella se acercó lo suficiente como para dejar que la fusta acariciara mi pierna izquierda, desde el centro hacia afuera, delineando el borde del bóxer negro que aún vestía.

—¿Te lo quitarías? —preguntó, desafiándome a desobedecer.

Respiré y dejé que el aire llenara mis pulmones, mientras una leve película de sudor iba cubriendo mi frente. Era mi último amparo.

No quise mirar sus ojos, en tanto que la prenda se deslizaba por mis piernas. Era completamente consciente de mi exposición, del modo en que ella podía juzgar todo lo que había en mí. Lo que me gustaba y lo que me decepcionaba. Cada rincón estaba ante sus ojos. La miré finalmente intentando recobrar gallardía; esperando que mi sexo, levemente decaído, recuperara vigor.

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