Capítulo 17

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Capítulo XVII

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Tom abrió los ojos, sintiéndose algo desorientado. Un ruido agudo y acristalado lo había despertado en medio de la noche. Tomó su móvil de encima de la mesa de noche y miró con dificultad los números resplandecientes en la pantalla. Pasaban de las cinco de la madrugada.

Un nuevo sonido lo obligó a despejarse un poco más. Se había habituado a las salidas nocturnas de Bill y ya no se obligaba a estar despierto cuando este llegaba. Normalmente, ni siquiera se enteraba de la hora en que lo hacía, pero por alguna razón hoy sí.

Se puso en pie, sin preocuparse por el calzado. Se asomó al pasillo oscuro y pudo ver un hilo de luz proveniente del baño. Comenzó a caminar, ya más despierto. Al principio arrastraba los pies, pero a medida que iba acercándose más hasta aquella rendija de luz, sus pasos se fueron haciendo más sigilosos. Podía escuchar pequeños siseos y reconocía en ellos la voz de su hermano. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, observó por el espacio entreabierto de la puerta, dilucidando sin demasiada dificultad la figura de Bill observándose en el espejo. Tom se tensó cuando vio la herida que éste intentaba curarse. Un corte enrojecido, no sabía bien qué tan profundo, cruzaba el espacio entre sus hombros. Retrocedió unos centímetros, sin dejar de observar el interior, comprobando que los siseos que había escuchado eran a causa del dolor. Cada vez que Bill tocaba la herida con el algodón empapado en desinfectante, una mueca se marcaba en su rostro. Estiró la mano para abrir la puerta y preguntar qué rayos era lo que le había sucedido, pero se contuvo en el último momento. Sabía que si abordaba de ese modo a Bill, sería peor.

Notó como se le retorcía el estómago a causa de la preocupación, y la saliva comenzaba a llenar su boca. Sentía nauseas sólo de pensar en qué podía estar metido Bill. Aquel anillo que no se quitaba jamás de la mano era un mandato claro. Él le pertenecía a alguien.

Tom retrocedió tan sigiloso como había llegado. Cerró la puerta de su habitación calculando de forma milimétrica el toque. Se sentó en el borde de la cama y buscó un cigarrillo para calmar el vacío que ahora había en su estómago. Cuando encontró la caja en medio de la penumbra, comprobó lo que recordaba confuso: se le habían acabado.

Se obligó a contener el ansia, y comenzó a meditar en lo que acababa de ver. Al principio llegó a pensar que Bill estaba enamorado. Que ese anillo en su dedo era una especie de juego entre él y esa tal Nuit, pero ahora estaba seguro de que había algo más. Su hermano había cambiado ante sus ojos, y lo seguía haciendo. Los signos eran tan claros para él. Bill se había convertido en una persona callada, misteriosa. El misterio siempre había sido parte de su personalidad, pero no con él. Tom siempre sabía lo que Bill pensaba... pero ya no.

¿Cuándo había dejado de ser así?

Lo tenía muy claro, Bill se había perdido por horas en aquel club, y luego cuando Tom le había pedido una explicación, su respuesta había sido evasiva y poco congruente. Sabía perfectamente que sus extrañas salidas nocturnas, y en solitario, habían comenzado ahí.

Se echó en la cama y acomodó la cabeza en la almohada. Los sonidos en casa habían cesado, únicamente escuchó una puerta cerrarse al otro lado del pasillo. Vería la manera de abordar a Bill, no podía continuar en esta incertidumbre y temiendo por su hermano.

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Bill comenzó a despertar aquella tarde, después de horas de sueños inquietos. No recordaba muy bien qué era lo que había soñado, pero le había dejado una desagradable sensación. Se removió en la cama y el dolor en su espalda fue inmediato. Se quejó y volvió a la posición inicial, sin voluntad aún para levantarse. Mantuvo los ojos cerrados, pero sabía que no dormiría más. Una vez más, al igual que mientras se curaba al regresar por la noche, se preguntaba qué era lo que había hecho Nuit para evitarle el dolor. Probablemente le había aplicado algún anestésico local, porque las molestias habían sido mínimas.  Se sintió inquieto y una punzada se alojó en su estómago, al comprobar la forma tan absoluta en que le entregaba su voluntad a ella. Se puso en pie con un solo movimiento, esperando que eso redujese el dolor.

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