Capítulo 28

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Capítulo XXVIII

 

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El rojo de su cabello resplandeció bajo la luz tenue de la habitación. Me sentí inmediatamente atraído por el tono vibrante que me gritaba en silencio que yo tenía razón, que se trataba de Nuit aquella tarde en la tienda.

Alcé la mirada para enfocarme en él, necesitaba indagar en sus ojos y saber qué pensaba. Me había desnudado por completo, algo que nunca había hecho.

Sus ojos azules buscaban los míos, prisioneros de una necesidad que yo comprendía. Nuit anhelaba ser aceptada. Se había quitado la armadura, y a pesar de ser yo quien estaba atado, ella era la más vulnerable de los dos.

—Preciosa —murmuré, sin adornar con más calificativos mi visión. Una palabra. Un pensamiento. Una sola definición de lo que veía y un único concepto bajo el que Nuit permanecería en mi memoria.

Lo escuché decir una palabra solitaria que me sorprendió, su voz había sonado suave pero autoritaria. Congruente. Sentí su aprobación de un modo visceral, tan físico y abrupto que la piel se me inflamó. Suspiré.

Su suspiro rompió el silencio, y pude ver el rosa de sus pezones llenarse; expandirse por la excitación. Deseé tocarlos, contraerlos contra mis palmas, mi lengua.

—Desátame —le pedí.

Su petición fue directa, y la obedecí sin dudar. De pie junto a él, comencé a liberar sus manos. Sus largos dedos tatuados permanecían inmóviles sobre la madera de la silla. Lo miré de reojo, sintiendo por un instante la imprudencia de la sumisa, un hábito arraigado en mí.

Los ojos de Nuit buscaban los míos con recelo, con la culpabilidad de quien comete un descuido.

—Mírame —le pedí, cuando terminaba de soltar la segunda cinta. Me observó.

Dejé que mis dedos vagaran por su cadera y su ingle. Nuit se aferró a la cinta que tenía en la mano cuando toqué su sexo. Su piel estaba caliente y se erizó bajo mi contacto, completamente receptiva.

Cerré los ojos un instante cuando sentí la humedad de su sexo en mis dedos. La recordaba como si jamás se hubiese ido. Respiré profundamente, intentando controlar mi propio deseo.

La cinta que aferraba en mi mano ya no era suficiente soporte, así que me sostuve de su hombro. Quería que me tocara más, que sus dedos que buscaban inquietos me arrancaran el placer de un golpe.

—Tócame más —pedí, hundiendo las uñas en su brazo.

Lo escuché reír.

—Este es mi territorio —le recordé a Nuit, ante su exigencia.

Ella me observó directamente, y vi la fiera tras la dócil figura femenina. Esa imagen incandescente que tantas veces me había acompañado en mis fantasías, acrecentada por la orla rojiza que ahora la adornaba.

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