Capítulo 27

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Capítulo XXVII

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Las tejas de un rojo tierra en el techo del edificio fueron lo primero que Nuit vio cuando lo tuvo en frente. No cabía duda de que el lugar era un hotel. Ella conocía los sitios como éste, aunque a primera vista la personalidad del lugar le resultaba diferente a cualquier otro. Había cierto misterio en su estructura que la hacía sentir que al cruzar la entrada algo cambiaría. Quizás por eso no se aventuraba a entrar aún. O tal vez lo hacía porque seguía molesta con él.

Miró a su alrededor de modo casual, aunque la casualidad jamás estaba unida al repaso que hacía de las personas que la rodeaban. Al parecer había conseguido salir de su apartamento sin que nadie la viese, no quería testigos del tiempo que pasaría aquí.

Cruzó la calle con decisión. Cada detalle de su apariencia estaba perfectamente cuidado. Entró por la puerta de dos hojas que estaba abierta, tocando el timbre ante una segunda puerta de madera y cristal que la separaba del interior.

—Buenas tardes —la recibió un hombre, con una sonrisa amable.

—Buenas tardes —respondió Nuit, quitándose los lentes oscuros.

Él le indicó que pasara, mientras buscaba su sitio tras la recepción.

—¿Tiene alguna reserva? —preguntó diligente, sosteniendo un pesado libro de registro.

—Sí, está a nombre de mi acompañante —explicó—, el señor Kaulitz.

El hombre asintió y revisó el pesado libro. El timbre sonó, anunciando la llegada de un nuevo cliente.

—Bien —expresó, girándose para tomar una llave de metal con una cinta negra—. Es la número cinco, su acompañante la espera —le explicó, entregándole la llave.

A continuación una mujer salió de un pasillo lateral y se acercó a ella.

—La señorita la acompañará —le indicó.

—Gracias —aceptó Nuit, siguiendo a la mujer.

Ambas comenzaron a subir una escalera y ella escuchó la puerta de entrada abrirse. Sabía que en estos lugares no permitían que un cliente se cruzara con otro.

La escalera era curva y tenía cuadros de paisajes colgados en las paredes. Nuit reparó en la ausencia de figuras humanas en ellos, como si se evitara el contacto con cualquier otra persona mientras estuvieses en el hotel. La decoración era claramente barroca, por lo que ella se sintió cómoda. El paisaje le resultaba conocido.

Llegaron a una segunda estancia, las luces de las lámparas adosadas eran muy tenues e invitaban a la intimidad. Se imaginó los cientos de encuentros que habían sucedido ahí. Los muchos amantes que ocultaban sus ilícitos tras esas paredes.

Subieron por una estrecha escalera hasta la tercera planta. La mujer que la guiaba no había dicho palabra desde que comenzaran el recorrido. La llevó por un pasillo y se detuvo frente a una solitaria puerta señalada por un número cinco de bronce.

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