Capítulo 29

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Capítulo XXIX

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Nuit era protagonista de la escena que se gestaba en la mazmorra. No era algo que no hubiese hecho antes, ésta era una práctica que había llevado a cabo muchas veces con hombres y mujeres. Llevaba puesto un arnés negro que se ceñía con fuerza a su cadera. Desde la parte delantera de éste, afloraba un pene del mismo color, brillante por el aceite lubricante que acababa de ponerle. Delante de ella, en una tosca mesa de madera se encontraba un hombre con los ojos vendados. Tenía las piernas elevadas en un ángulo de cuarenta y cinco grados, fuertemente sujetos con grilletes y cadenas. De ese modo ella tendría un acceso impecable al interior de su cuerpo.

Se acercó hasta él y jugó con la punta negra, acariciando el espacio de entrada. El hombre tomó aire y lo contuvo, preparándose. Nuit lo observó y pensó en la sumisión desesperante de aquel hombre. En el modo en que se había entregado al abismo sin siquiera pensarlo ¿Disfrutaba ella del mismo modo cuando llegó aquí? ¿Sería la expresión de él un reflejo de la suya cuando su Dom comenzó a someterla?

Lo escuchó quejarse ante el dolor de la penetración, y ella le dio un golpe en un pezón con la fusta que empuñaba. Necesitaba marcar el territorio de dominio. Él se quejaría cuando ella lo dijera. Esa era la norma, siempre había un dominador y un sumiso. Jamás dos dominadores y dos sometidos. Nunca una entrega equivalente... al menos no entre estas paredes.

Comenzó a moverse, adelante y atrás, bajo la mirada implacable de su Dom. Tenía que ser perfecta, más aún sabiendo que él la estaba escrutando.

Horas antes, cuando se habían reunido para esta sesión, él le había pedido detalles de su trabajo fuera del Atlantis. Nuit se los había dado, le había dicho todo lo que él quería escuchar. Por primera vez se había comportado como una rebelde silenciosa, porque no había contado nada de lo que realmente había sucedido. No le había hablado del modo en que su piel había temblado, ni de la absoluta entrega de la que había sido víctima por un instante. Él, su maestro, no estaba convencido. Se había acercado hasta su cuello, oliéndola como si la mentira tuviese un aroma. Luego le había susurrado una pregunta que le provocó un escalofrío.

"—¿Y en eso tardaste cuatro horas?"

La habían seguido.

Por eso ahora necesitaba mostrar normalidad. La presión de la perfección pesaba en sus hombros como cadenas de acero.

Sintió un golpe certero entre las piernas. Apretó los labios para no quejarse. La voz de su Dom le dio una orden clara.

—Más rápido —le indicó.

Nuit obedeció, soltando el aire y la tensión de forma casi imperceptible. No podía perder el control en ningún momento. La labor debía de ejecutarse bien, sin rastro de cambio. Ella debía seguir siendo exquisita, porque esa era la única Nuit que conocía.

Otro golpe más, en el mismo sitio, le auguró una nueva orden.

—Para —escuchó.

Su Dom comenzó a moverse a su alrededor revisando la acción. El hombre sobre la mesa jadeaba nerviosamente, esperando por lo que seguiría. Nuit sintió la fusta que su maestro llevaba, acariciándole la barbilla para luego alzársela ligeramente. Ella mantuvo la mirada baja, como siempre hacía.

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