Capítulo 16

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Capítulo XVI

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Liberé uno a uno los broches de la blanca y almidonada camisa. Nuit siguió el movimiento de mis dedos desde su posición hasta que ésta cayó al piso. Entonces se aproximó hasta mí y pude ver que en su mano derecha traía dedales con largas uñas metálicas. Garras. No sentí miedo, aunque el sentido común me gritase que lo tuviera. Veía en ella a mi jaguar blanco enseñando sus armas para ahuyentar, quizás, su propio miedo.

Contuve la respiración, cuando aquellas garras intentaron intimidarme. Nuit comenzó a recorrer lentamente el tatuaje de mi costado. Formaba orlas con el índice  en torno a las letras, hasta completar las palabras. Entornó el piercing de mi pezón y tiró de él, estremeciéndome. La orden que aquella peligrosa mano me dio, fue que retrocediera. Me detuve cuando choqué contra la cama, pero ella insistió y me dejé caer sobre ella.

—Ponte en el centro —me pidió. Su voz era autoritaria, pero dulce a la vez.

Me arrastré por la blanca colcha hasta que mi cabeza estuvo sobre las almohadas. Nuit acarició mi erección por encima del pantalón, produciendo una exquisita vibración con sus uñas de metal. Todo parecía tan normal, que me asustaba.

No pude dejar de mirarla, cuando la vaporosa tela de su vestido descanso encima de mi cuerpo, al igual que ella. El calor de su centro se posaba justo sobre el mío. Noté la fuerza de ese calor, inundándome, y busqué con mis manos sus piernas bajo la organza blanca. Nuit me detuvo.

—No tienes permitido tocarme —murmuró.

Sostuvo mi mano izquierda y la acercó al cabecero de la cama. La herida en mi espalda ardió ligeramente, pero no lo suficiente como para distraerme. Seguí sus maniobras, y vi como ajustaba un brazalete de color plata a mi muñeca. Le cedí la otra mano, sumiso, entregado por completo a su caprichosa voluntad. La fiera dentro de mí, el felino que ella misma había dicho ver, estaba ahí, agazapado y esperando su momento.

Nuit sostuvo la mano que le ofrecí, encerrándola en el otro brazalete, y arrastrando las garras por mi brazo cuando terminó. Mi única respuesta fue un pequeño y casi inexistente quejido. Ella se removió de su lugar sobre mí, para liberarme del pantalón. Era extraño, poco a poco iba sintiendo que la desnudes era mi estado natural a su lado. Ni siquiera sentía vergüenza por mi erección, que se blandía ante sus ojos como una espada.

Nuit se quitó el guante de la mano izquierda y sus dedos comenzaron a acariciar mi pierna, desde la cara interior del muslo. Mientras su roce descendía, rozando los vellos que cubrían mi piel, yo contenía un lamento de exquisito placer. Cuando llegó a mi tobillo, lo encerró en un grillete de metal plateado, para hacer lo mismo con el otro.

Me encontré a su merced, una vez más.

Me miró a los ojos y acercó su mano de fiera a mi rostro. Un atisbo de temor debió cruzar por mis ojos, porque su mirada se suavizó, del mismo modo que lo había hecho en el club.

—No temas, esta noche es una noche especial —me recordó—. Esta noche, todos sabrán que eres mío.

Al oír sus palabras, desvié la mirada al espejo. No alcancé a cuestionar lo que había tras él porque su mano, aún enguantada, se cerró en torno a mi sexo. La hizo ascender lentamente, apretando. El brillo de las garras contrastaba con mi piel, y una delicada gota transparente brotó de mi interior, arrastrada por su caricia.

Ahí estaban de nuevo todas aquellas emociones que Nuit desbordaba en mí. Una caricia, un movimiento y yo me sentía al filo de un placer incontenible. Sus labios se acercaron a mi sexo, por un instante creí que moriría ante el aceleramiento que experimento mi cuerpo con aquella acción. Lo había imaginado tantas veces. Tantas y tantas veces su boca estuvo así de cerca de mí. Pero ella no completó mi fantasía. No, me dio una mucho más deseable, mucho más sutil e intensa. Sopló sobre mi sexo y toda mi piel se erizó con aquella caricia sublime. Cerré los ojos y las cadenas que me ataban a la cama temblaron junto conmigo.

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