Capítulo 30

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Capítulo XXX

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Nuit ejercía con la fusta una suave presión sobre la espalda del sumiso. Éste obedecía a aquel movimiento, empujándose dentro del sometido, que amordazado sobre una mesa de madera, intentaba una queja que terminaba en un jadeo lastimero y doloroso.

La fusta se acomodó entre las piernas del sumiso, creando tensión en éste. Ella ya lo había golpeado en otra ocasión, causándole un dolor electrizante. La caricia que recibió, lo sorprendió. Le provocó placer, y este se mezcló con el extraño estado de confusión que ahora lo vencía. La maligna sonrisa que se marcó en el gesto de Nuit, llevó al maestro a detener la grabación. La había visto varias veces, en cada una de ellas observaba el diestro manejo de su sometida sobre aquel atractivo muchacho. Observaba también la forma en que éste obedecía y sometía a su vez al hombre que yacía en la mesa. Pero no había sido hasta ahora que la sonrisa de Nuit la había delatado. Algo sucedía bajo la máscara de su sometida. Él sabía que aquello era peligroso.

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El espejo le devolvía la imagen calmada de una chica normal. Sin maquillaje, con el cabello suelto y una vieja camiseta de algodón que había comprado hace algunos años en la calle. Ni siquiera olía a jabón, porque se había bañado solo con agua. Su piel había sido mimada en medio de la tibieza de la bañera, pero no había querido aderezar esa transparencia con nada. No entendía bien por qué, pero le gustaba sentirse así, libre.

Observó el cepillo en su mano y ladeó la cabeza para comenzar a cepillarse el cabello con largos y lentos movimientos que le permitían pensar. Creaba en su cabeza las imágenes más improbables para su vida. Antes, esas escenas de ensueño las protagonizaba su Dom. Ahora ya no.

¿En qué la convertía eso?

No lo sabía, y no quería pensarlo.

Otra vez se sentía como una chiquilla pérdida en las emociones que le provocaba el volver a ese hotel. Con Bill le sucedía eso, estando en su compañía algo en ella se despertaba y buscaba profundamente. Sondeaba en sus vivencias más vastas, convirtiéndola en una adolescente soñadora y despreocupada.

¿Cómo podía reflejar eso en su apariencia?

No podía contarle esto con palabras a Bill, pero quería mostrárselo y esperaba que él fuese capaz de verlo. Sólo pensar en la posibilidad de que comprendiese su interior con esas pequeñas señales, creaba una algarabía en su pecho que la chica en el espejo no reflejaba.

Pensó en las faldas ajustadas y las medias de red; pero aquello no la representaba. Pensó, también, en algún jeans olvidado en su armario; pero aquello tampoco la mostraba. La apariencia más fidedigna era la que ahora llevaba, envuelta en una camiseta de algodón y con el cabello suelto. Quiso llamar a Bill, y pedirle que viniese a su apartamento, pero entonces pensó en las dos desnudas habitaciones que lo componían y no se sintió preparada para mostrar tanto vacío.

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