Capítulo 20

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Capítulo XX

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El ambiente del Atlantis, a simple vista, era el de siempre. Música, copas, bailes. Bill observaba desde el balcón oculto al que lo había guiado Nuit, sabiendo que aquella normalidad no era más que una ilusión. Él, poco a poco, iba descubriendo las entrañas de aquel club, y aquello lo asustaba tanto como despertaba su curiosidad.

—¿Qué quieres enseñarme? —le preguntó a Nuit, con más cautela que seguridad.

Miró a su espalda, sabiendo de todos aquellos ojos que podía adivinar en medio de la oscuridad.

—Quieres saber más sobre el Atlantis ¿no? —preguntó Nuit.

—¿Y desde aquí me lo vas a enseñar? —quiso saber, observando el piso inferior.

—Sí, tú sólo presta atención.

Nuit hizo un gesto, llamando a alguien a la distancia.

Hasta ellos llegó una chica, que Bill reconoció de inmediato. Era la mujer asiática que se le había acercado una noche. No debía de extrañarle, ya desde entonces supo que había más tras las paredes del club de lo que él podía ver.

Nuit le indicó a un muchacho en la barra. Estaba solo y parecía abstraído de la vida que se estaba moviendo a su alrededor. Bill escuchó la indicación final de ella.

—Despliega tu arte.

Onryö asintió con un solo gesto de su cabeza y se alejó, perdiéndose de la vista de ambos. Cuando volvieron a verla ella se acercaba al joven, destilando sensualidad a cada paso. Se quedó junto al muchacho en la barra, pidiendo algo para beber. En cuestión de unos minutos había entablado una conversación. Él parecía haber aceptado las insinuaciones que Bill suponía que estaba llevando a cabo. Le pareció por un momento estar observándose a sí mismo, embelesado por los encantos de Nuit.

—¿Ahora qué hará? —quiso saber Bill.

—Atraerlo —fue la respuesta de ella—. Necesita medir la sensualidad real de ese hombre.

Bill la miró.

—¿Hiciste tú eso conmigo? —preguntó.

—Aún lo hago.

No supo si sentirse molesto o halagado con aquella declaración.

Volvió a mirar a la pareja junto a la barra. Notó que la mujer se alejaba y el muchacho, luego de beber un último sorbo de su copa, la siguió. Ambos se perdieron por el pasillo que los llevaría a aquella otra zona del club.

—¿Eso es lo que tú hiciste conmigo? —le preguntó, a pesar de que la respuesta resultaba obvia.

—Sí.

—¿Fuiste tú quien me escogió?

—No.

—¿Quién?

—Mi maestro.

Bill regresó la mirada a los asistentes del club. Notó la forma en que los hechos se le clavaban dentro. Todas esas revelaciones lo hacían sentirse cada vez más incómodo.

—Esto era lo que querías, ¿no? —preguntó entonces Nuit— Querías saber más.

—Pero aún no lo sé todo, ¿no? —Bill se sostenía del barandal, con más ahínco del necesario.

—No. Es difícil conocerlo todo —Nuit encendió un nuevo cigarrillo.

—¿Para qué fui escogido? ¿Para ser un comediante más de este circo? —le recriminó, dejando escapar parte de la frustración que sentía.

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