Capítulo 31

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Capítulo XXXI

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Podía escuchar el sonido rítmico de la cadena chocar contra la madera del cabecero.  Mis manos se aferraban a éste, dándome el punto de apoyo que necesitaba para cabalgar sobre Bill. Lo hacía sin piedad, con fuerza y determinación, quería que sus sentidos permanecieran prendados de mis movimientos y del placer que ellos le otorgaban. Sus ojos se cerraron por un instante, y me quedé prisionera de la imagen de su boca entreabierta. Quise humedecer sus labios resecos, lamerlos y devorarlos. Abrió los ojos, y por protección cerré los míos.

Abrí los ojos, sumergido en la necesidad de una culminación, pero al mismo tiempo negándome a ella sólo para no dejar de observar a Nuit. Su cabello largo y rojizo se abría en su espalda y caía cosquilleando en mis costados, siguiendo su vaivén. Aferré su cadera, dejando que mis pulgares acariciaran el hueso. Ella abrió los ojos pero no me miró, se  enfocó en el espejo, como si éste pudiese ocultar algo que yo no debía ver. La observé directamente, su piel era tan clara como mi piel. Detuvo su movimiento, nos contemplábamos como se contempla algo que sabes que vas a perder. Comencé a acariciar con lentitud su cuerpo, desde su cadera a su cintura. Toqué sus costillas ondeando suavemente en cada una de ellas. Mis pulgares rozaron sus pezones, y ella separó los labios. Llegué hasta la cavidad que se formaba en sus axilas y recorrí la extensión de sus brazos hasta sus muñecas. Nuit suspiró cuando mi pulgar busco la palma de sus manos, soltándola de aquel cabecero. Entonces me miró a los ojos. Sus manos prisioneras de las mías. Mis deseos prisioneros de los suyos.

Bill llevó nuestras manos unidas hasta su vientre. En él descansaron con la misma rendición con la que nuestras miradas se habían encontrado. Por un segundo, por un leve instante, le permití mirar al vacío que había en mí. Me sorprendió el ansia con que recibí la caricia delicada de sus dedos, y supe que estaba un poco más cerca del abismo al que nunca debí acercarme.

—Tengo que irme —dije, bajando la mirada, y retirando con cuidado mis manos de las suyas. Bill aún permanecía en mi interior. Se sobresaltó cuando lo privé de mi calor.

Comencé a buscar mi ropa, me daría un baño y saldría, esperando que nadie hubiese controlado las horas que había durado nuestro encuentro.

Nuit se puso en pie con rapidez, enfriando sin previo aviso la intimidad que estábamos compartiendo. La vi buscar su ropa y caminar con ella hacia el baño. Quizás debería sentirme molesto, pero sólo me sentía abandonado y ligeramente herido.

—Dentro de unos días saldré para Alemania —le avisé sin preámbulo, con la misma frialdad con la que ella se había sacudido el mágico momento que nos envolvía.

Nuit me miró sin hacer ningún gesto, casi con indiferencia.

La habitación se sumió en un silencio de palabras, sólo se escuchaba el sonido de los objetos que movíamos: unas cadenas, un madero del suelo, el agua de la ducha... sus tacones. Me saqué los restos de su presencia con el agua tibia. Salí del baño, secándome el cabello, cuando ella estaba recogiendo el suyo en un alto peinado. Al terminar, dejó la habitación en el mismo silencio en que nos habíamos sumido. El corazón se me iba a salir del pecho por la rabia y la frustración. Descorrí la cortina apenas lo suficiente como para mirarla salir y alejarse. El ritmo de sus tacones me resultó inconfundible en contacto con la acera. Apoyé el hombro contra la ventana, abatido por la situación, decidido a masticar su partida sin palabras. Nuit se detuvo y contuve el aire cuando creí que miraría en mi dirección. Por un momento pensé que la despedida no sería tan fría, que me iba a dar una mirada de esperanza, que le importaba el que me marchara.

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