Capítulo 33

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Capítulo XXXIII

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"Entonces el ruiseñor se apretó aún más contra las espinas, y las espinas tocaron su corazón y él sintió en su interior un cruel tormento de dolor.

Cuanto más acerbo era su dolor, más impetuoso salía su canto, porque cantaba el amor sublimado por la muerte, el amor que no termina en la tumba.

Y la rosa maravillosa enrojeció como las rosas de Bengala..."

Nuit decidió cerrar el librillo que llevaba siempre con ella y quedarse con aquellas palabras que atesoró mucho antes de comprender, o quizás comprendiéndolas mucho antes de saberlo. Se encontraba a solas en una habitación pequeña que no le era desconocida, había estado aquí un par de veces, representando el papel que su amo le impusiera. Era un lugar que le resultaba íntimo y agradable, quizás más que el espacio al que llamaba, por convención social, hogar. La luz de las bombillas iluminaba todo el contorno del espejo en el que se reflejaba, dejando un vacío oscuro tras ella. Si fuese una mujer temerosa de las sombras, su mente habría comenzado a crear historias terroríficas salidas de ese vacío, pero no. Aún llevaba el vestido puesto, aunque pronto pasaría al perchero que tenía en un rincón. No se sentía nerviosa o inquieta, más bien experimentaba la calma de la profesional. Se llevó las manos hasta la espalda y comenzó a desatar el cordón de su corsé. Notó el modo en que su cuerpo se iba sintiendo libre de la presión de la pieza de metal y la añoranza inmediata de esta; Nuit sabía que su mente era extraña y buscaba paz en detalles que para otros resultaban escabrosos. El vestido cayó, rodeándole los pies. Se quitó la escasa ropa intima que vestía y dio un paso atrás, saliendo del halo que había formado la tela en el suelo. En ese momento se contempló en el espejo. Buscó en él algo que le hablara de las emociones que escondía. Se vio a sí misma como un impoluto maniquí que podía ser disfrazado de cualquier cosa y que nunca se quejaría, ni cambiaría la mueca en el rostro. Luego recordó el pequeño bolso que había sobre el tocador y se acercó a él. Lo acarició, dudando en si abrirlo; las perlas rojas le podían acariciar la piel y recordarle sensaciones que le parecían vividas por otra persona. Cerró los ojos de forma refleja al sentir un escalofrío recorrerle la espalda. Su piel recordaba lo que su cabeza se esforzaba por olvidar.

Se escucharon unos pasos tras ella. Se alejó de su única pertenencia valiosa y esperó para ser vestida del modo en que la etiqueta de hoy lo pedía. La chica que acababa de entrar le puso un kimono blanco y transparente que dejaba traslucir sus pezones. Con manos suaves deslizó una banda negra sobre sus ojos y la sumió en la oscuridad. Entonces se permitió pensar en Bill; no sabía qué era lo que su amo quería de él esta noche. Sintió cómo se le encogía el estómago, pero no dejó que la sensación se reflejara en la Nuit ciega que ahora le devolvía el espejo.

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Bill cruzó la puerta y se encontró dentro de una sala compuesta por tres espejos. En el centro de ella localizó un sillón de piel sus laterales tallados en madera, una mesilla lateral con un recipiente que contenía hielo y una botella de champagne reposando entre los cubos, acompañada de una copa de cristal y una caja forrada con tela de color rojo. Onrÿo, que permanecía algunos pasos tras de él, lo invitó a sentarse con un gesto suave de su mano. Bill obedeció, intentando esconder la desconfianza que le producía el lugar ¿Para qué lo habían traído aquí?, ¿para mirar su reflejo en un espejo?

Escuchó el sonido de los cubos de hielo chocando entre sí, miró a su lado y se encontró con Onrÿo que le estaba sirviendo una copa ¿En qué momento había dejado de ser el sumiso? Los dedos finos y hermosamente enjoyados de la mujer le extendieron el champagne y él lo recibió; se quedó mirando las burbujas elevarse hasta estallar en la superficie. Se humedeció los labios, casi como un gesto de cortesía y dejó la copa sobre la mesa. Escuchó la puerta cerrarse a su espalda y quiso comprobar que se encontraba solo, luego su atención se enfocó en la caja de tela roja que acompañaba al champagne. Acarició la tapa, su textura le recordaba al satén. La tomó, no debía de ser más grande que una caja de zapatos, la dejó sobre sus piernas y la abrió. Lo primero que encontró fue un pañuelo de hilo de color blanco, inmaculado. Por un momento se contuvo de tocarlo por miedo a que se manchara; sin embargo, lo retiró. Bajo él, encontró un anillo plateado que le recordó al que Nuit había usado para contener su eyaculación; un pequeño vibrador que había visto en la tienda que visitara con Nuit y que se ajustaba al dedo para estimular el pene o el ano. Un masturbador masculino de látex transparente que permitía ver el interior. Un juego de pinzas para pezones y un bote de color blanco, con una etiqueta escrita en caligrafía con relieves plateado que decía: lubricante. Todo eso iba acompañado de una tarjeta de invitación: "Bienvenido, eres el invitado de honor esta noche. Disfruta del espectáculo."

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⏰ Última actualización: Jul 06, 2016 ⏰

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