Capítulo 32

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Capítulo XXXII

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Bill estaba sentado en un banquillo de su habitación. Llevaba una camisa blanca de seda que se había abotonado casi hasta el cuello. Pantalón negro, con un delgado ribete satinado que recorría todo el costado. Los suspensores, también negros, eran un adorno ideal por encima de la camisa y que quedarían perfectamente cubiertos bajo la chaqueta. Todo su atuendo era formal, tal como se lo había mencionado Nuit al teléfono con voz indiferente, casi severa, como si no hubiese desaparecido de su vida por tantos días y de forma tan preocupante. Él había aceptado la orden recibida. Quería verla y saber cómo estaba, leer en sus gestos y su mirada lo que Nuit no le diría jamás con palabras. Sin embargo, esa parte rebelde que poseía y que se había apaciguado bajo el control de ella, comenzaba a brotar nuevamente. Ajustó la última correa de las botas de tacón alto que llevaría. Eran su símbolo, su estandarte de lucha. Eran de cuero negro. Las había comprado en la misma tienda que Nuit y él habían visitado. Las quería para demostrarse a sí mismo que no podía dominarlo, para ganar la batalla, para ser él quién sometiera los salones a los que Nuit lo llevaría con el sonido poderoso del tacón al chocar contra el suelo de mármol. Y ella no entendería.

Los primero pasos que Bill dio en el Atlantis, después de semanas, parecían mucho más seguros de lo que él se sentía en realidad. Por mucho autocontrol que quisiera ejercer sobre sus emociones, no podía evitar la incertidumbre y el remolino que se formaba en su estómago con cada paso. Era irónico pensar en la razón que lo había llevado a sumergirse en las fauces de este mundo. El hastío de la realidad que conocía, en la que nada podía quedar al azar, lo estaban convirtiendo en una persona obsesiva a un grado casi paranoico. Ya no confiaba en nada, ni en nadie. Las paredes de la casa en la que vivía eran una verdadera fortaleza. Ahora mismo estaba frente a una encrucijada. Pronto viajaría y se desprendería, a la fuerza, de todo lo que Nuit significaba, pero ¿Volvería?

Las primeras salas del club eran tal como las recordaba, nada parecía diferente a cualquier otro club de la zona. Las risas, atenuadas por la fuerte música, destacaban el ánimo de los que venían aquí. Nada auguraba lo que se escondía tras la pesada puerta de madera hacia la que se dirigía. Se detuvo junto a la barra, porque necesitaba algo que le quemara la garganta y le infundiera fuerza a su espíritu. Observó alrededor, ajeno al sentimiento colectivo, y le bastaron dos mirada para descubrir a un cazador y a una víctima. El primero conversaba con un grupo de amigos, con ambas manos en los bolsillos de su pantalón. Sonreía ante la conversación, apenas marcando la expresión en los labios. La segunda, una joven que bebía de su copa a unos metros de él, miraba por los rincones como si buscase algo, ajena a la atención que el cazador le brindaba. Bill se sintió reflejado en aquella escena. Recordó, como si lo estuviese viviendo, el modo en que Nuit lo había cazado sólo con una mirada.

Cuando le pusieron la copa enfrente, Bill se la bebió de un sólo sorbo. El whisky quemaba como el fuego, y era fuego lo que necesitaba.

Sus pasos parecieron afianzarse con la vitalidad que le entregaba aquella única copa de alcohol. Vislumbró la cortina de terciopelo rojo que escondía la puerta por la que debía entrar. Tuvo una sensación de deja vú cuando cruzó el umbral, aunque en esta oportunidad sabía todo lo que podía encontrar al otro lado del pasillo... o eso creía.

El eco cristalino de sus pasos al recorrer la distancia que lo separaba de la mazmorra de Nuit, se acompasaba con el latido sosegado de su corazón. Le pareció imposible que ese corazón que tiempo atrás corría desbocado por entre estas mismas paredes, ahora pudiese mantener la calma.

Se detuvo un momento al llegar a la puerta, puso la mano sobre el manillar y esperó hasta que éste se calentó. Tenía un presentimiento que lo había mantenido insomne por varias horas durante la noche; no podía decir qué era, pero la tranquilidad que sentía era algo parecido a un método de defensa. Se decidió a entrar y el clac de la cerradura marcó el momento.

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