Capítulo 11

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Capítulo XI

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El chasquido del látigo liberó su característico sonido, potenciado al chocar contra las paredes de piedra de la habitación. La Dom parecía especialmente agresiva este día.

El sumiso se encontraba recostado en una precaria cama de metal, respirando agitado. Era un hombre maduro, cuarenta años quizás. Nuit deslizó la garra de metal que llevaba enfundada en la mano derecha, por encima del pecho desnudo del hombre. Hundió las uñas hasta que estas dejaron una marca enrojecida sobre la piel. Llegó hasta el sexo masculino, expuesto y acobardado. Lo acarició, para luego rodear los testículos con aquellas garras. El hombre se quejó, y sus lamentos avivaron aún más el deseo en ella. La presión creció, los quejidos también, hasta que la voz del hombre se abrió paso por su garganta en un alarido de dolor.

Nuit distinguió una fina línea de sangre bajando por entre las piernas del sumiso.

Miró directamente a la cámara oculta tras un espejo. Sabía que su Dom la castigaría por esto. Sólo esperaba que fuese pronto.

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Bill se acomodaba los mechones de cabello, tirando suavemente de ellos entre sus dedos. El metal del anillo que llevaba puesto brillaba fugazmente con cada movimiento. De forma inconsciente le recordaba el lugar al que anhelaba volver.

Un suspiro lo ayudo a liberar parte de la ansiedad.

Las mangas de la camisa que vestía se habían removido ligeramente, dejando al descubierto las marcas rojas en sus muñecas. Arrugó el ceño molesto cuando notó que su corazón se había acelerado. Sabía que necesitaba tanto regresar como resistirse a ello. Se sentía prisionero entre sus deseos y su voluntad.

Faltar a aquella cita había tenido dos efectos en él, y aún no sabía cuál de los dos sería el ganador.

Le inquietaba recordar el estado de extenuación al que había llegado en aquel último encuentro. El modo en que Nuit se había apoderado de él, hasta doblegarlo. Y el placer. Cerró los ojos y disfrutó del escalofrío que lo recorrió sólo con ese recuerdo. Respiró agitado y deseo más de aquello.

Deslizó la mano por su estómago y la bajó hasta su vientre, posándose sobre su sexo que comenzaba a llenarse. Frotó la palma como calmando un golpe. Porque eso era para él la excitación que experimentaba, un golpe bajo y sin aviso. Una dominación a distancia. Notó un nuevo escalofrío, esta vez de temor. Ella se estaba apoderando de su mente, se estaba adueñando de su voluntad.

Escuchó un par de toques en la puerta y reaccionó.

—Bill, ¿te falta mucho? Nos esperan —la voz de Tom al otro lado le recordó que había un mundo fuera de Nuit. Quizás debería volver a recorrerlo, a pesar del hastío que podía significarle. En ocasiones era más seguro recorrer el terreno ya transitado.

—Cinco minutos —avisó.

—Bien.

Fue la respuesta que recibió de su hermano, y volvió a mirarse a consciencia en el espejo. Intentaba convencerse a sí mismo de que podía vivir sin las emociones que Nuit le entregaba. Finalmente era sólo sexo, diferente, pero sexo al fin. No estaba enamorado. Se rió ante su propia, patética imagen. Negó y bajó la mirada.

No, no podía estar enamorado.

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Nuit se encontraba de pie en la parte alta del club. Una zona apenas iluminada y a la que no tenía acceso al público. Al menos no al público habitual.

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