Capítulo 6

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La llegada al 12 fue devastadora, y ya no quiero hablar del velatorio en la vieja casa de Ermion.

Sentada en una silla frente a su ataúd, medito como de nuevo hemos vuelto a caer en lo mismo: hace un segundo lo teníamos todo, una familia casi formada, una vida tranquila y, tan solo, unas pocas cicatrices. Y ahora estamos aquí, alzando los tres dedos centrales de la mano derecha en señal de respeto a los difuntos.

Siempre lo consideré una tontería, pero esa era la tradición en el 12.

A mi derecha, un abatido Peeta Mellark entierra su rostro entre sus suaves manos; en frente, Effie y Haymitch se abrazan en silencio para mostrar sus respetos; mientras, un pequeño bebé regordete suena desde una habitación. El pequeño Glen.

¿Cómo sobrellevar la situación?

Decido salir a la calle, no sin antes pasar por la habitación de Glen.

Está tan desconcertado que ha dejado de llorar para sumirse en un ataque de hipo. Busca a su madre -claro está-, pero ella ya no está.

Él no lo entiende, es demasiado pequeño para ello; así que le tomo en brazos y le acuno hasta que se duerma.

Al cabo de unos minutos, cuando Glen ya está en su cunita, alguien llama a la puerta. Gale entra sin demorarse y, tras unos pasos, se detiene frente a mí. Esboza aparentemente una sonrisa y me pasa el brazo sobre los hombros.

-Gracias por todo Catnip, no sé que habría hecho sin ti todo este tiempo.

-Bueno- susurro-, tan solo ha dormido al pequeño Glen. No creo que eso sea...

-No me refiero a eso- me corta-, es por todo. Todos estos años has sido de lo poco que he tenido. Sé que te he hecho mucho daño y...

-Gale no hace falta- digo poniendo mi mano sobre su hombro-, ya...ya está todo olvidado.

-No Katniss, dejame terminar, es importante- carraspea uno segundos antes de proseguir-: ahora que Ermion no está y que vosotros ya habéis estabilizado vuestras vidas...he decidido tomar una decisión: me vuelvo al distrito 2.

Golpea. Golpea como una caída en el hielo seco de febrero.

La vida es dura, y más duras aún son todas esas cosas que te pasan en ella; pero si me tuviese que quedar con la más dolorosa, sería una despedida.

Conozco a Gale, conozco esa mirada suya: se va para no volver más.

-No regresarás, ¿verdad?

Baja la cabeza, se frota los ojos y, sin más, sale del cuarto.

A las 8 de la tarde de ese mismo día, en el cementerio local, se llevó a cabo el funeral.

No éramos muchos, pero la mayoría eran cargos militares movidos desde el capitolio (bajos rangos). También estaban Johanna y Anne, que se habían desplazado desde sus distritos para la ocasión.

Era un día triste: el cielo estaba gris, los árboles se veían violados por un fuerte aire y silbaba el viento. Todos nos sentamos alrededor del ataúd en el cementerio y Shannon Montgomery, una concejala del nuevo ayuntamiento, se pronunció en unas palabras.

Todo transcurrió sin problemas, no hubo tiroteos ni nada parecido (ahora que nos habíamos acostumbrado), hasta que llegó el gran momento: Peeta se levantó con dificultades y anduvo hasta el cabecero-donde se encontraba una corona de flores-, miró a todos y se dispuso hablar:

-Ermion Tayler fue una gran parte de nuestras vidas, fue una luchadora. Era querida, gracias a que se dejó querer. Desde pequeña se dejó la piel en sacar a su familia adelante. Para mí fue como una hermana mayor y todo un ejemplo a seguir de humildad, honestidad y lealtad. Ha sido una gran pérdida, pero después de todo gran fuego siempre quedan sus cenizas- miró hacia abajo, observando el rostro plácido de nuestra compañera-: tranquila Ermion, tus recuerdos y tus actos nunca morirá, siempre estarás entre nosotros.

La gente aplaudió, pero no de esa manera mediante la cual transmites tu enhorabuena al emisor por su discurso. Aplaudimos para que todo terminase y por fin pudiésemos irnos a nuestras respectivas casas.

Tras ello, todos nos levantamos para transmitir nuestras condolencias al viudo y su hijo. Al pasar por el ataúd, no pude evitar pararme para observarla durante unos breves momentos: seguía siendo guapa, con esos finos rasgos y una piel de seda. Su cara estaba pálida, pero tenía pintado los labios de rojo burdeos que resaltaba más aún su belleza. Me toqué el pecho y palpé el broche con el Sinsajo. Lo desabroché y me incliné para colocarlo en la primera capa de su vestido.

Esto significaría algo al menos. El Sisanjo había muerto; pero no de una manera triste o dramática, sino que al ver que su trabajo había finalizado, alzó sus alas y se echó a volar.

A los dos días vi salir a Gale de casa con muchas cajas y Glen. Se iba.

Me quedé parada en la ventana, esperando que al menos se acercase a despedirse. En lugar de eso, miró hacia la casa y, al verme, se quedó helado ante la idea de que me había pillado. Me sostuvo la mirada durante unos instantes para luego cargar todo en el coche y marcharse.

Ya habría alguien que recogiese sus cosas y nos informarse de su translado.

Él no, él era demasiado cobarde.

Las heridas del pasado. COMPLETADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora