XXXIII

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Hobi fue lo primero que cruzó mi mente en cuanto pude ordenarla

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Hobi fue lo primero que cruzó mi mente en cuanto pude ordenarla. Recordarlo malherido era asfixiante.

Hace tiempo que no veía llover así de fuerte; las gotas sobre mi cabello regaban la angustia de mis pensamientos, y la hacían crecer. Atravesé la breve calle que se interponía entre el hotel y el vehículo que me esperaba.

—Con cuidado, señorita —me dijeron los nuevos escoltas de mi padre con falsa simpatía.

Me deslicé dentro del auto y este se puso en marcha. Me habían dejado sola y lo entendía, pues la fatídica decisión había sido tomada. No los juzgaba, pues si miraba a su altura tampoco veía otra opción. Me avisaron en cuanto el terreno para mí fuera llano a través de una llamada. Mi teléfono fue devuelto, Jimin lo había guardado todo este tiempo. Se sentía grande y muy bien otra vez entre mis manos.

—¿Todo bien allí atrás? —preguntó el chófer por cortesía viéndome en el espejo retrovisor, y yo asentí.

Clavé mi vista en la ventana y traté de ver al exterior; era inútil tras la cortina de agua que se deslizaba por el cristal. Apenas distinguía a personas que querían refugiarse, y a otras que solo permanecían debajo de la lluvia como si esta fuera una bendición. A toda velocidad en el trayecto fui evaluando las circunstancias que me trajeron a donde estoy hoy.

Estuve así hasta que, sobre mis piernas, comenzó a vibrar repentinamente mi celular. Ver en la pantalla el nombre de mi mamá sostuvo la gota de cordura que quería resbalar fuera de mi cuerpo, así como sus hermanas en la ventana. Mi corazón se alteró severamente y me sudaron los dedos cuando contesté.

—¿Mamá?

Ignoré los inquisitivos ojos rasgados del conductor, porque me refugié en el italiano.

—Eleonora —oí su voz temblar y mis ojos se derritieron completamente—, hija.

—Estoy bien —musité con premura.

—Claro que no estás bien. He visto las noticias. He visto las aberraciones que ha hecho tu padre. ¿Dónde estás? —se atropelló—, ¿es cierto que estás en Corea del Sur?

—Sí...

—¿Cómo es que fuiste a parar allá? —lloró—. ¿Con quién has estado?

—Por mi cuenta un tiempo —respondí—. Ahora estoy con papá.

—Con ese pervertido —espetó con la mandíbula apretada y mi barbilla tembló—. Dime que no te ha hecho nada, por favor Nora, te lo suplico...

—Yo te suplico que no me pongas las cosas más difíciles, no ahora. —Sorbí mi nariz—. No te hagas la madre aprensiva, porque lo único que logras es complicarme más de lo que ya estoy.

—Esto es exactamente lo que no quería que te sucediera —profirió—, y lo sabes.

Mis lágrimas se desbordaron y solo pude pensar en las dos personas que todo el tiempo buscaron mi bien. Las palabras de mi madre tenían razón, pero no podía hacer nada; ya estaba lo suficientemente hundida, atrapada.

La Mia Ragazza | J.JK - P.JM [Completa]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora