Nora Muscatello, mimada hasta lo impensado, tiene a toda Italia a sus pies.
Su padre le da todo lo que cruza por su mente, sólo hasta que sortea un horrible tropiezo.
Su pesadilla comienza al pisar la catástrofe que es Corea del Sur, pues una serie...
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Tan pronto oí el nombre que tanto estaba esperando me sentí muy débil. Todo el estrés contenido pudo conmigo, y si no fuera porque alguien enseguida me tiró del brazo hacia atrás, me habría desvanecido.
Y de hecho lo hice. El tipo comenzó a darle palmaditas a mi rostro para que enfocara la vista y sacudió mi cuerpo urgiendo que mis piernas dejaran de fallar.
—No me hagas golpearte más fuerte, camina —advirtió, molesto—. Vamos, tienes que recibir tu dinero ahora, te lo ganaste.
Rápido me condujo al mismo pasillo por el que entré y me empujó sin miramientos dentro de un cuarto que ya no distinguía bien. Caí sobre mis rodillas por la fuerza del empujón y levanté la vista. Frente a mí, y detrás de un escritorio, se hallaba una suerte de secretaria. Se veía muy mayor. Se parecía mucho a la señora Hyori.
—¿Cuánto? —le preguntó al hombre.
—Treinta millones.
Las pupilas de la mujer se dilataron y me echó un despectivo vistazo. Deslizó con su pie una enorme maleta hacia ella y la abrió.
—Bien, niña, para ti va la mitad —dijo y fue sacando grandes fajos de billetes que ubicó bruscamente en una máquina contadora de dinero. La giró hacia mí y con todas mis fuerzas puse atención a los números.
Los billetes se deslizaban en orden hacia abajo y emitían ese olor que antes me excitaba, pero que ahora solo me provoca querer llorar.
Como pude llevé exacta cuenta de cada monto, y se repitió el proceso durante al menos unos diez minutos hasta que se completaron los quince millones. En un maletín vacío los dejó sin cuidado y con ello comprendí que esa mujer trabajaba para Bangtan.
—¿Será para ti o quieres que lo enviemos a alguien? —preguntó y sentí desde sus labios la voz de Dios—. Algún familiar...
—Park Jimin —balbuceé enseguida—. Necesito que p-por favor se lo den a Park Jimin. Vive en la calle Samsan Myeonok 1323, departamento 71, por favor, por favor.
La señora anotó con cierta diligencia la dirección mientras mascaba chicle. Sacó dos fajos del maletín antes de cerrarlo y me arrojó uno a mí.
—Yo me quedo con este, costos de envío —dijo con un dejo de burla—, y tú quédate con algo, niña, no seas tonta.
Recogí el dinero como pude y pronto sentí cómo de nuevo tomaban mis manos por detrás para levantarme bruscamente. Yo solo obedecí en silencio.
El hombre me llevó al frío exterior zamarreándome, como si en realidad tuviera algún problema personal conmigo. Había docenas de autos de diferente estirpe en el estacionamiento de ese lugar, pero a mí me llevaron hacia una camioneta blanca, tan alta que necesitaría ayuda para subir.
Allí me esperaban dos hombres más. Al no ver a ninguna otra mujer en mi situación hasta ese punto, concluí que solo me habían comprado a mí.
—Voltéate —me ordenó el hombre que me retenía y así lo hice.