Nora Muscatello, mimada hasta lo impensado, tiene a toda Italia a sus pies.
Su padre le da todo lo que cruza por su mente, sólo hasta que sortea un horrible tropiezo.
Su pesadilla comienza al pisar la catástrofe que es Corea del Sur, pues una serie...
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Las casas pareadas son viviendas que dividen un solo hogar en dos para ahorrar espacio, y por supuesto, economizar gastos. En una morada pueden vivir dos familias, y eso ya era un lujo para este lugar.
Nuestros vecinos eran silenciosos, y a veces no tanto. Generalmente por las noches una pareja se ponía a discutir, y a veces con mi papá nos reíamos por el acento tan extraño y golpeado del idioma.
De agua caliente ni hablar. Ni siquiera pude traer mi celular por instrucción de mi padre, y extraño a mi mejor amiga más que a nada en este mundo.
Extraño también mi cama, mi auto, mi piscina de agua tibia y mi libertad.
En poco tiempo entendí que al dinero aquí se le dice 'won', y estábamos gastando una buena cantidad en comida debido a la inflación dejada por la guerra, y a la vez pagando el silencio del propietario de este lugar.
Mi padre se sirvió del contacto de ese peón que nos trajo para que le diera todos los datos más oscuros y clandestinos del sector, y así, comenzó a encargarse de nuestro problema tomando el único camino que conocía: Las apuestas.
—Debo hacerlo a la vieja escuela —se quejó la noche en que lo decidió, confiando en el origen de nuestra riqueza.
Le dio una calada a su cigarro y vi el tatuaje expuesto en su antebrazo gracias a las mangas subidas de su camisa. Aún gastado con los años, se seguía leyendo claramente La Cosa Nostra en su piel.
—No vas a poder cambiar las cartas —le recordé en voz baja—, ni cargar los dados.
—Eso es hacerlo a la vieja escuela —repitió con ofuscada obviedad—, pero así empecé... voy a estar bien.
Bebió de golpe el vaso del whisky que se trajo y sus ojos titilaron. Menos mal que para el póker no es necesario hablar, porque si yo no entiendo ni mierdas en este lugar, menos lo hace él.
—Necesito hacer grandes cantidades en poco tiempo —comentó luego.
—Pero sí tenemos, en mi billetera tengo tarjetas que...
—No puedes mover ese dinero, ni yo tampoco, los Federales ten por seguro que ya intervinieron esas cuentas, igual que nuestros celulares.
No me di cuenta de que me estaba clavando mis propias uñas en mi mano apretada.
—¿Y qué pasa si pierdes? —indagué y cuando volteó a mirarme me encogí de hombros—, puede pasar si no arreglas el juego.
—No me digas eso, Nora. —Se sirvió más whisky y lo apuró por su garganta—. Voy a duplicar lo que tenemos, ya verás.
Asentí confiando en su palabra, y me levanté para sacar hielo de la nevera y así suavizar un poco su trago. Dejé caer los cubos en su vaso y él tomó mi mano para besarla con cuidado.
—Grazie, principessa.
—È stato un piacere, papà.
Comencé a quedarme mucho tiempo sola en esa casa. Nerviosa, me devanaba los sesos todos los días por la seguridad de mi papá.