Decir que siempre he sido tan segura de mí misma no es cierto.
Hubo una época en la que odiaba esas pecas aleatorias que se me esparcieron por el rostro durante la niñez. O el cabello cobrizo que heredé de mi padre. Si a eso le sumaba la cantidad de veces que me sonrojaba debido a lo tímida y sentimental que era, cada momento en el que me sentía un poco expuesta se transformaba en una bomba de inseguridad que teñía mi vida de color gris. O, peor, blanco y negro.
Podría decir que fue la vida, alguna experiencia dolorosa o quizá mi exnovio Kai quien me inspiró a creer en mí, pero estaría mintiendo, algo que prefiero hacer solo cuando la situación lo requiera. No le tengo miedo a la mentira, mucho menos a la verdad. La realidad es que fue el sexo lo que me despertó como mujer, dar placer o sentirme deseada, lo que me hizo querer vivirlo todo a color, experimentar cosas nuevas y, una vez terminó mi relación con Kai, probar a personas nuevas.
Nunca, desde entonces, he tenido problemas en utilizar mis armas de seducción para conseguir lo que quiero. De hecho, entraba en mis planes si hablamos de Digihogar. Habría sido sencillo ligarme a uno de esos tipos y sonsacarle la información relevante. No obstante, la vida me ha tenido que poner por delante a un tal Gianni, el supuesto mejor entre los mejores, el engreído de turno con el que no intercambiaría ni un mero beso porque dudo que jamás llegase a merecerse tener mi cuerpo entre sus manos.
Además, por mi trabajo podría atreverme a romper las reglas del Club 13, que me descubrieran y me prohibiesen la entrada de forma indefinida. Por él, jamás de los jamases. Siempre hay tiempo para buscar alternativas distintas a coquetear con ese engendro.
—No sé si la he cagado —confieso llevándome un trozo de tostada a la boca y apoyando los codos en la mesa que hemos elegido al azar.
La terraza de esta cafetería frente a Blupiso suele estar vacía, por eso venía aquí cuando trabajaba en Blupiso, pero la multitud empieza a aglomerarse en las calles como hormigas que corren de un punto a otro siguiendo un mismo hilo invisible. Sammy, mi mejor amigo desde el instituto, pestañea varias veces aparentando una enorme sorpresa aun sabiendo que es típico en mí cometer diminutas «cagadas» por mi temperamento. Se peina hacia atrás sus rizos rebeldes del color del brownie que se está zampando y mastica vehemente para poder hablar.
—¿Ya te has tirado a tu nuevo compañero? —habla al fin.
El labio superior se me levanta en una mueca de asco que me arruga hasta la nariz. Sacudo la cabeza como si hubiese escuchado la mayor estupidez del día, aunque apenas sean las ocho y media de la mañana. Me centro en los árboles frondosos que se mecen sobre nosotros, en el cielo despejado y los pajarillos que canturrean. Necesito calmarme, lo que no es típico en mí es perder los papeles. Hoy ni siquiera sé qué voy a decirle a mi antiguo jefe cuando cruce la calle para darle el primer parte de información antes de comenzar una nueva jornada en Digihogar dentro de una hora.
—Hay un tío que parece ser quien nos roba los pisos —le explico vocalizando cada palabra. Luego, bebo un trago del café haciendo una pausa dramática que sé que Sammy odiará y me río antes de que suelte aire por la nariz indignado—. Me he enfrentado a él.
—¿Qué? —inquiere agudizando la voz.
—Lo que oyes.
—¿Ese era tu plan?
—No.
—¿Entonces? ¿Qué harás ahora, maldita necia?
Sammy se exaspera tanto por un instante que bebo deprisa para no escupir el café cuando me echo a reír.
—Es mi supervisor, podré observarlo de cerca unas semanas.
—Así que, además, a quien te has enfrentado es tu supervisor —canturrea alzando solo una ceja y escudriñándome de soslayo.
—El papel de bruja gruñona le corresponde a Verona, no a ti —menciono a mi mejor amiga y una descarga de emoción me corretea el cuerpo.
Acabo de recordar que este mismo fin de semana la podré abrazar. Ambos nos miramos espantados porque se nos había olvidado vitorear que Vero regresa de Estados Unidos después de casi siete años. Supongo que el sueño a estas horas es el principal culpable.
—Será nuestro secreto —le digo llevándome un dedo a los labios—. Este sábado lo celebramos por lo alto con ella.
—Desde que has dejado de contarme tus experiencias sexuales, te has vuelto loca.
—No tengo por qué contártelas todas.
—Está bien, querida, sé que es duro no tener tiempo para el sexo.
Le lanzo una mirada pícara y sonrío dándole el último sorbo al café porque no tiene ni idea de que las horas extras que le he dicho que debía trabajar durante los últimos fines de semana, en realidad, he estado teniendo el mejor sexo de mi vida con Leo en el Club 13. Una de las reglas estrictas de ese lugar es reservarnos las anécdotas para nosotros. Nada de lo que ocurre allí puede contarse, como si nada de lo que ocurre allí hubiera ocurrido nunca. Es la libertad que pactamos al hacernos miembros.
Teo, mi compañero de Blupiso, pasa por delante de nosotros de camino a la oficina y me saluda discreto guiñándome un ojo.
—Quién lo diría —dice Sammy con cierta melancolía en el tono de su voz—, que la romántica empedernida Anya daría paso a una devoradora de hombres sin compasión.
—Ese alias y esa chica de la que hablas quedaron en el pasado.
—Pero apuesto lo que sea a que te has tirado a ese bombón que acaba de saludarte.
—No voy a negarte lo evidente.
Sammy, que estaba sorbiendo por la pajita el batido de vainilla que le trajo el camarero hace un rato, empieza a golpearse el pecho porque se le ha ido por mal camino.
—Joder, era una broma —se queja limpiándose los labios en una servilleta—. ¿Sabes lo desagradable que es sentir el batido en las fosas nasales?
Ambos seguimos compartiendo unas risas rememorando otras épocas de nuestra adolescencia hasta que la alarma en mi móvil me devuelve a la realidad. Ha llegado el momento de entregar el parte de información en Blupiso. Ese en el que diré que todo ha ido genial y que mi plan sigue en marcha sin ningún inconveniente a tener en cuenta. Recojo las cosas rápida, dejo un billete en la mesa para que el camarero se cobre el desayuno de los dos y me acerco a Sammy envolviéndolo en un abrazo afectuoso.
—Anya.
—Anna —lo corrijo.
—Anya, Anna, ¡lo que sea! Podrías emplear tus técnicas de seducción con él —murmura entre risas.
—Olvídate de esa opción.
—¿Es apuesto?
—Lo es.
—Entonces, por qué.
—Sammy —lo llamo recogiendo su cara en mis manos para que me mire directo a los ojos—. Eso no ocurrirá jamás.
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©La jugada perfecta (JUPER) (COMPLETA)
RomanceEl presente de Anna está marcado por dos sucesos del pasado que la sentenciaron de por vida: el momento en que su padre sufrió un ictus y ella decidió abandonar su pasión por la pintura para trabajar, cuidar de sus padres y mantener a raya las deuda...