Me froto los párpados con cuidado de preservar el rímel en las pestañas.
Anoche no pude pegar ojo. Después de una larga y tediosa llamada, durante la que tuve que aguantar los numerosos insultos de Paul hacia Digihogar como si yo formase parte de ellos, lo convencí de que al menos nos diese la oportunidad de charlar en persona como adultos, cara a cara, en su piso. Eran casi las diez de la noche cuando telefoneé el número de Gianni desde el móvil de la empresa para canturrearle pletórica que había conseguido la reunión con uno de los clientes (robados) que más se le han resistido a él.
Tuvo que herirle el orgullo, porque colgó la llamada enseguida, pero yo seguí sonriendo en mi apartamento un buen rato más.
Ahora mi mente trabaja a la velocidad de la luz en busca de una excusa creíble que me salve del lío en el que me he metido solita sin saberlo. El error fue creer que la reunión la haría Gianni igual que ayer. No sopesé que en la ecuación podría entrar la posibilidad de acompañarlo. ¿Cómo diablos voy a decirle a ese señor que trabajo para Digihogar si hace unas semanas mantuvimos una conversación en la oficina de Blupiso?
Recuerdo que hacía un calor espantoso, le compré una cerveza en la tienda de al lado y le recomendé los servicios de mi magnífico compañero Teo, que estaba tardando en regresar de otra reunión. Me palmeó el hombro felicitándome por mi gran trabajo antes de marcharse. «Los domingos me gusta preparar mermelada de arándanos para mis nietos, que se pasan el día preparándose los exámenes de la universidad. Le traeré un tarro a usted por haberme atendido tan bien», me dijo sonriente. Está claro que me reconocerá a pesar de mi imprevisto cambio de look.
Subimos las escaleras del edificio, Gianni por delante de mí. Es antiguo y no dispone de ascensor. El sonido de mis tacones retumba en las paredes amenazándome con destruir mis planes. Paniqueo, debo evitar esta reunión a toda costa. Piensa, Anna, piensa. No se me ocurre nada hasta que las tripas me rugen de hambre. Mi mente se ilumina.
—¡No puedo! —exclamo y Gianni pega un sobresalto que podría haber arruinado mi actuación de haberle dado rienda suelta a mi risa.
—Vamos, es la siguiente planta —me alienta él.
Está claro que subir cinco pisos en tacones cansaría a cualquiera, pero nunca me quejaría por algo así en plena jornada laboral.
—No puedo —le repito y, para darle peso a lo que voy a decir, me inclino hacia delante sujetándole la chaqueta americana como si estuviese agonizando—. Mis tripas. Me muero...
—¿Te mueres? ¿Te mueres qué? ¿Qué diablos dices? —Él también parece estar entrando en pánico.
—Me muero por ir al baño.
—Le pediremos a Paul que te deje utilizar el suyo.
—Me estoy cagando, Gianni —exclamo dramática. Desciende un escalón sin saber muy bien qué hacer. Termina sujetándome las muñecas, aunque sé que lo hace para que le suelte la americana. Tiene el ceño fruncido, se huele la continuación—: Algo debe... debe de haberme sentado mal. No querrás que arruine la reunión entrando a su baño. Los sonidos, los olores...
—No te preocupes, busca un baño —me interrumpe asqueado por los detalles—. Haré la reunión solo.
Sé que intenta sonar empático, pero la expresión de su rostro me revela las ganas que tiene de lanzarme por la ventana del corredor del pasillo. Sin embargo, me trae sin cuidado lo que pueda pensar de mí. Corro a toda prisa escalones abajo antes de que se retracte y vuelva a proponerme que entre en el baño de ese señor. Tropiezo y casi salgo volando por la ventana de verdad cuando el tacón resbala por el borde de uno de los escalones, pero me recompongo abrazándome a la barandilla de madera como si fuese un flotador salvavidas. Cruje bajo mi peso, aun así lo soporta.
ESTÁS LEYENDO
©La jugada perfecta (JUPER) (COMPLETA)
RomanceEl presente de Anna está marcado por dos sucesos del pasado que la sentenciaron de por vida: el momento en que su padre sufrió un ictus y ella decidió abandonar su pasión por la pintura para trabajar, cuidar de sus padres y mantener a raya las deuda...