Llevamos más de treinta minutos cuchicheando porque hemos descubierto que Gerardo se ha animado a bajar a la piscina; sin embargo, no de la manera que esperábamos. Está recostado de lado en la barra que bordea la esquina de la piscina para adultos charlando con la bartender en su mejor actitud seductora. La copa de cristal en mano que no le falte. Bromeamos sobre lo apuesto que es a pesar de su edad y que de joven tuvo que ser todo un donjuán, incluso superando las dotes de Luca. A mi parecer, la joven de coleta rubia no sabe dónde meterse para escapar de lo que sea que le esté contando Gerardo.
—A todo esto, menudas tetas tiene la rubia —canturrea Luca agachándose las gafas que le quitó de vuelta a Amber.
La miro con disimulo, ella pone los ojos en blanco.
—Túmbate —le dice al italiano—, te untaré crema.
—¿La signora está concediéndome el deseo de darme un masaje?
En cuanto se tumba bocabajo, Amber se sienta en el hueco que le ha dejado y le planta dos cachetones en la espalda que le roban el aliento a él y una carcajada a nosotras.
—¡Ups, lo siento! Estaba tan concentrada en las tetas de la rubia que no he calculado bien la fuerza.
Él gruñe en bajito. Sin embargo, me percato de que esconde una sonrisita cuando siente las manos de mi compañera resbalando por la piel embadurnada de crema. Cierra los ojos y disfruta del masaje sin ser consciente de que a ella debe irle el corazón a mil solo por lo sonrojadas que tiene las mejillas. O quizá sí lo es. Quién sabe. Puede que incluso se hayan acostado y no tengamos ni idea de lo bien que conocen sus cuerpos. Nadie se imaginaría que me sé de memoria el triángulo de lunares que tiene en la pelvis la persona que está haciendo largos en la piscina con cara de ogro desde hace un rato.
Me acurruco al lado de Ellie, que tiene las piernas cruzadas y la vista puesta en Gerardo. Por un instante, hago suposiciones por mero aburrimiento. Me imagino que Ellie lleva años enamorada del jefe, pero ha estado tan dedicada a los estudios y al trabajo que tiene nula experiencia en el amor y no sabe cómo acercarse a él. Y ahora... ahora sufre en silencio porque es incapaz de confesarse a un hombre que le saca casi veinte años de diferencia. Le doy un toquecito en la rodilla y pestañea con aire distraído.
—¿Estás bien?
Frunce el ceño y luego regresa a su semblante inexpresivo.
—Me preguntaba si la rubia tendrá las piernas arrugadas de estar tanto tiempo sumergida en la barra de la piscina.
Abro los ojos de par en par. De hecho, se me desorbitan, para qué negarlo, y estallo en una carcajada que acapara la atención de mis compañeros. Hay personas que simplemente son unas negadas del amor y cualquier suposición romántica que hagas sobre ellas terminan en una reflexión absurda que jamás te habías planteado. Además, ¿qué clase de ser humano creería que los bartender de la piscina están sumergidos en agua ocho horas diarias? Me limito a acariciarle la espalda mientras me aprieto el estómago porque me duele de reír.
—Lo único que se arruga es la piel de las yemas y es por supervivencia, cariño —le explico como si fuese mi hermana menor—. Para agarrarte mejor a las superficies.
—¿En serio? No recuerdo la última vez que me sucedió —dice extendiendo los dedos para examinárselos.
—¿Nunca te ha pasado después de un rato en la ducha?
—Mis duchas no duran más de lo justo y necesario para conservar mi higiene. Me parecen una pérdida de tiempo.
Se levanta haciendo un mohín de duda y se marcha sin más, sin decir nada, sabrá Dios a dónde. Me duelen los mofletes de tensarlos al reír. Amber se ha tumbado con Luca y mantienen una conversación en susurros que no se me ocurriría interrumpir por nada del mundo. Me dispongo a tomar el sol, le robo una pizca de crema para que la constelación de pecas no se duplique por la cara y respiro hondo, rezando para que mis hormonas se achicharren al sol. Con un poco de suerte, no tendré más problemas durante el viaje que el de soportar a Gianni en contadas ocasiones por la reunión. Sin embargo, parece que el universo alinea todas sus armas en mi contra y envía a sus soldados más fuertes. Gianni aparece enfrente de mí revolviéndose el cabello empapado. Las gotitas me salpican. Lo hace a propósito, pero lo ignoro cerrando los ojos con parsimonia.
—¿No piensas bañarte?
Con un dedo húmedo me hace cosquillas en la planta del pie. Entreabro un ojo.
—¿Me hablas a mí?
—No, al espíritu santo, que está a tu lado. —Levanta las manos en señal de inocencia—. Lo siento, tú no tienes el superpoder de verlo porque dice que te has portado demasiado mal últimamente.
Vale, abro los dos ojos, arrugo la nariz y compruebo si la parejita sigue a lo suyo. ¿Qué demonios le ha picado a este? Luego, lo fulmino con la mirada.
—¿Te aburres, Gianni?
No, no siguen a lo suyo. Amber ladea el rostro hacia mí y empieza a reírse.
—La verdad es que sí. ¿Me acompañas? —formula la pregunta secreta del club, no sé si a propósito, pero el corazón me da un vuelco igual.
—Pues la verdad es que no hay lugar al que me apetezca acompañarte ahora mismo.
Le entra por un oído y le sale por el otro. Se acerca y me tiende una mano. No tengo intención de meterme en la piscina con él. ¿Tenerlo cerca, tan sexi, en el agua y con tan poca ropa? Hace más de una semana que estoy a dos velas, seca, sin un hombre entre mis piernas. De no ser por el juego de Gianni al que me sometí este fin de semana pasado... El calor se me instala en el pecho y me sube a los mofletes solo de recordarlo. No, gracias. No voy a hacerme sufrir de esa manera.
—Vamos, no me gusta nadar solo. No seas aburrida.
—¿Aburrida? Sé entretenerme muy bien solita.
—Yo también, pero es una lástima que justo hoy se me haya olvidado cómo hacerlo.
—Es una lástima, sí. Suerte con ello.
—¿A las buenas o a las malas?
Esta vez es Luca el que se reclina para contemplar la escenita con gesto divertido.
—Me pregunto si es el agua que te ha taponado los oídos o si es el tiempo libre que...
—De acuerdo, a las malas.
De pronto, su cuerpo aproximándose intercede en la luz que recibo del sol. Afianza los brazos a mi cintura y, antes de poder siquiera reaccionar, me carga en el hombro y da varias zancadas que lo impulsan a saltar a la piscina conmigo en volandas. Puede que el grito que acabo de pegar haya alertado incluso al socorrista. O a Gerardo. Me suelta cuando nos sumergimos en la profundidad del agua. La boca se me llena de agua y salgo a la superficie dando puñetazos a mi alrededor por si alguno pudiese aterrizar en Gianni. Me escurro las pestañas y abro los ojos. El cloro me escuece hasta en la garganta.
—¿Ves? No era para tanto —se mofa de mí.
Sus labios me regalan una sonrisa traviesa que... Oh, señor, dame paciencia porque si su vida estuviese en mis manos en este preciso momento, correría mucho peligro. Inflo los mofletes reteniendo una decena de insultos que, desde luego, pienso escupirle. Sin embargo, enseguida me percato de que tendré que repartir esos insultos entre dos personas. Mi zona se ensombrece. La sombra de otro ser humano que voy a desear asesinar. Me giro rápida. Luca uniéndose a la fiesta con Amber en los brazos. Salta. El grito agudo de ella. Los veo a cámara lenta. Van a caer encima. Gianni me grita que me aparte. Y lo siguiente que ocurre es que vuelvo a tragar agua sintiendo un punzante dolor en la nariz.
ESTÁS LEYENDO
©La jugada perfecta (JUPER) (COMPLETA)
RomanceEl presente de Anna está marcado por dos sucesos del pasado que la sentenciaron de por vida: el momento en que su padre sufrió un ictus y ella decidió abandonar su pasión por la pintura para trabajar, cuidar de sus padres y mantener a raya las deuda...