15. El poli malo y el poli bueno

520 73 11
                                    

El plan de Vero ha estado rondándome la cabeza durante toda la mañana.

Gianni y yo acudimos en su JaguarR75 negro al piso de un hombre que llamó a la oficina a primera hora solicitando la valoración de su hogar con intenciones de venderlo, en pleno paseo de la Castellana. No me impresionó en absoluto descubrir que este coche le pertenecía a él, este trabajo genera mucho dinero si vendes bien en la zona que te asignan, y si robas las ventas de las zonas de otros ya ni te digo.

Varias hileras de frondosos árboles con toques de un amarillo ocre se disponen a ambos lados de la avenida, por donde circulan los ciclistas, los madrileños sacan a pasear a sus perros y los trajeados se dispersan con su maletín en mano.

Este año el otoño parece haberse adelantado.

Cuando llegamos a la dirección que el señor nos facilitó, estaciona el vehículo en el parking subterráneo del residencial y subimos en ascensor al noveno piso. Al menos, es espacioso y puedo respirar sin que mi aliento choque en la presencia de mi «querido compañero». Nos plantamos frente a la puerta, cojo aire de forma disimulada.

—¿Lo tienes todo en orden? —me pregunta Gianni, con la vista clavada en la puerta de nuestro cliente.

—He traído los documentos de la empresa, el contrato de venta y noticias de la bajada de precios en la zona.

—Me refería a tu estómago —me susurra, insolente, y pulsa el timbre de la casa mientras eleva la comisura que alcanzo a verle—. Esta vez olvídate de fiestas en el baño.

Ese ataque me pilla desprevenida, para qué mentir. Parecíamos haber pactado una tregua invisible durante la semana, pero parece que mi plan de no relacionarme demasiado con él para mantener la paz no ha funcionado. Entreabro la boca, lista para rechistar, cuando nos abre la puerta un señor de metro sesenta, pelo nevado y ojos saltones acentuados por las arrugas que los rodean.

—¿Juani? —inquiere el hombre, confuso.

—Gianni —lo corrige con brusquedad, aunque intentando sonar agradable—. Y ella es Anna.

Me muerdo los labios ante la carcajada que contengo antes de que me trepe la garganta y aprieto con tanta fuerza el asa del maletín que me clavo mis propias uñas en la palma de la mano.

—Yo soy Pedro —se presenta invitándonos al interior de su piso—. Adelante.

Le estrechamos la mano mientras nos pide que no tengamos en cuenta el desorden porque aún está haciendo limpieza de trastos antiguos. Mientras Gianni le explica el procedimiento de la valoración y los precios habituales a los que se venden los pisos en esta zona, me dispongo a medir la superficie de cada habitación con el metro láser. Es inevitable, la risa reprimida aún me suplica que la deje salir. Amplío los labios en una sonrisa apretada, los mofletes se me inflan.

«Juani».

Por alguna razón, me hace demasiada gracia haber contemplado el ceño arrugado de Gianni al percatarse de que a un hombre mayor le ha parecido tan feo su nombre que se ha tomado la libertad de cambiárselo. Me río en silencio. El karma tiene formas muy graciosas de contraatacar. Termino de medir la superficie útil y regreso junto a él que, como parte de su trabajo, está tratando de convencer a Pedro de que esta es la fecha idónea para vender su piso porque, de lo contrario, comenzará a perder valor después de que en las noticias declarasen a esta zona «una de las más ruidosas y estresantes, un parque empresarial considerado uno de los corazones financieros de Madrid».

Pedro, que parece haber pasado un par de veces por los cincuenta y ocho años que tiene, lanza un resoplido de cansancio al sentarse en su sofá con los codos sobre las rodillas y la cara enterrada entre sus manos. A pesar de que el tono de su voz en la llamada de esta mañana nos transmitió que estaba convencido de querer vender esta propiedad, ahora no lo aparenta en absoluto. Miro a Gianni, él me mira a mí. Se palpa la complicidad entre nosotros, no como personas, sino como asesores inmobiliarios. El corazón se me precipita durante un instante. Aunque nuestra relación no sea la mejor, sí somos los mejores en nuestro trabajo y sabemos que debemos intervenir antes de que Pedro se retracte.

©La jugada perfecta (JUPER) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora