68. El primer día del resto de mi vida

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Por la tarde el médico se pasea por la habitación para conversar con Addie. Oigo cómo ella le reclama toda la información sobre lo que le ocurre a su corazón, el señor insiste en que deben de venir sus tutores legales y Addie alega que tiene dieciocho años recién cumplidos.

—Si no tengo autonomía siendo mayor de edad, ¡explíqueme por qué la humanidad espera dieciocho años de su vida a tener dieciocho años! —protesta mientras le retiran el gotero.

Por la expresión agotada del médico, no parece la primera discusión entre ellos. Se pone una cazadora verde y me hace gestos con la mano y los labios: «Voy a sacarme a pasear». Sonrío. Es extraña y divertida. Luego, el médico me examina por tercera vez en el día y me entretengo con el móvil. Vero y Sammy entran por la puerta corriendo a abrazarme con la nariz roja y los ojos hinchados del disgusto.

—¡Cómo es posible que seas tan idiota de conducir en mitad de una borrasca y una alerta roja en toda la capital! —me llora Vero hundiendo el rostro en mi hombro sano y acariciándome la melena.

—No me quedaba otra.

De haberme quedado en el piso de Gianni, nada de esto habría sucedido. Sin embargo, si le cuento ese dato a Vero, lo más probable es que quiera asesinarlo. Sammy espera su turno para achucharme peinándose los rizos castaños y abrazándose a sí mismo. Veo la culpabilidad en sus labios torcidos. Se aproxima, me solloza a la oreja.

—Venías a mi casa. A por la estúpida carpeta.

—Sí —le revelo.

—Sabía que no habías elegido ese camino de mierda por casualidad. Tu apartamento está dirección contraria.

—Ya te contaré todo.

—Tu jefe, el de Blupiso, es un puto arrogante. Se fue sin darme las gracias, rechistando porque tú te habías vuelto a escaquear.

—Ahora tengo una buena razón para restregársela por las narices.

—Valga la redundancia, pero tienes razón.

Nos reímos. Vero va a la tienda de abajo a por un par de cafés y un cargador para mi móvil. A Sammy le entrego la llave de mi apartamento y le pido el favor de que vaya a por varias mudas de ropa y cosas de aseo, entre otras. Cuando mi mejor amiga regresa, le cuento todo lo que ha ocurrido en apenas unos días y pierdo el control de mis emociones de nuevo. Esta vez, es su hombro el que me seca el llanto. Me pone al día de sus desgracias para distraerme. Jeff sigue sin enterarse de que la relación se ha terminado y la llama cada día. Eso me recuerda a Hazel. Harían buena pareja.

Addie vuelve de su paseo con unas bolsas y una gran sonrisa traviesa dibujada en la boca. No se corta al unirse a nuestra reunión de cotorras, arrastra la mesa con ruedas para colocarla entre nosotras y esparce golosinas de todas clases en la superficie. Después, saca un juego de mesa de la bolsa y rompe el precinto para estrenarlo.

—Juguemos —nos propone—. Ejercitar el cerebro es lo mejor para olvidar las penas.

—¿Y tú quién eres? —salta Vero, que se ha quedado perpleja con su intromisión.

—Addie, encantada. Soy su compañera de habitación. Pude haberme puesto los auriculares para no escuchar su conversación con ese tal Gianni, pero me apetecía enterarme.

A Vero se le desencaja la mandíbula del asombro. Reprimo la risa. Addie me cae demasiado bien como para tomarme a malas cualquiera de sus acciones.

—¿Siempre eres así de sincera? —le pregunta a Addie. Ella se encoge de hombros.

—La vida es demasiado corta para andarse con rodeos, ¿no crees?

—Joder con la enana —me dice Vero señalándola y amplía los labios al despeinarla—. ¡Muy bien, Addie! Ya te has ganado mi corazón. Quizá te achuche a Jeff para que le des una patada en el trasero con tu sinceridad.

©La jugada perfecta (JUPER) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora