17. Una nueva pieza en el tablero

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El frío del agua se desplaza garganta abajo y lanzo un suspiro al aire. El camarero aún no ha servido los cafés, así que me tomo el tiempo necesario para tranquilizarme controlando la respiración en bajito mientras voy girando el vaso de cartón que me han dado para el agua y me fijo en los detalles plasmados. Distintas ilustraciones, todas de una taza de café emanando un humo que simula un tenedor, una paleta de pintor, una pluma, una caracola y una clave de sol. Al final, una cita en cursiva me taladra los sesos:


El café es más que un producto,

el café es gastronomía,

el café es pintura húmeda,

el café es literatura,

el café es cultura,

el café es música,

el café es arte.

-Café del Art-


Es innegable que el arte me persigue.

Y no entiendo por qué percibir similitudes de Leo con los demás, sentirlo cercano y a la vez desconocido, me altera de esta manera.

Abandono el vaso de cartón en la barra, aunque es tan bonito que me lo llevaría al apartamento y lo colocaría en la estantería del salón quizá como macetero de un pequeño cactus rojizo que tengo desde que me mudé. Mamá se empeñó en adornar cada esquina de mi nuevo hogar con plantas que le sobraban de su terraza y me repitió tantas veces que, por favor, fuese a elegir las que más me gustasen, que no tuve elección. No se imaginaba que le pediría ese diminuto cactus y ninguna más.

Porque los cactus son como el sexo sin sentimientos, no necesitas regarlos de forma constante para que sobrevivan.

Doy por finalizada mi inesperada huida. Me aliso las arrugas de la falda de tubo negra, recoloco la costura de la cinturilla y me dirijo a paso decidido hasta el sillón aterciopelado apartando los pensamientos que me revolotean la cabeza en forma de odiosas moscas en pleno verano. He exagerado porque estoy susceptible, me convenzo. Que me haya sentido atraída durante un mísero instante hacia él no significa que deba ser Leo. Las palabras no tienen dueño y Gianni las utilizó como cualquiera podría haberlo hecho.

Es imposible que sea él.

Justo cuando me siento, el camarero hace acto de presencia y posa dos tazas transparentes entre nosotros. Se pueden distinguir los contrastes perfectamente separados: la oscuridad del café, la claridad de la leche condensada y el color crema del Baileys.

Gianni lo mezcla todo sin compasión, así que lo imito; cojo la cucharilla y empiezo a removerlo. Le doy un sorbo y se me escapa un gemido de placer. Está delicioso y es cierto que el aroma es diferente. Más fuerte, menos amargo. Por arte de magia, la tensión en mi cuerpo desaparece. Nada me interesa más que seguir deleitándome de este café, así que me atrevo a encararlo con la intención de iniciar una conversación que nos libre de este silencio espeso, pero me percato de que la mirada de Gianni permanece suspendida en mis labios mientras me paso la lengua saboreando los restos de bebida. Por acto reflejo, sonrío sutil y nuestros ojos se encuentran. Él carraspea llevándose la taza a la boca.

—Gracias por traerme, este lugar es increíble —murmuro.

—Es una muestra de gratitud por lo bien que te has desenvuelto hoy.

©La jugada perfecta (JUPER) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora