El restaurante es un establecimiento con una enorme terraza de madera y mesitas blancas con pintorescas sillas tapizadas al borde de un acantilado. Un camarero nos acompaña a la mesa que está a nombre de Livia Leone. En cuanto nos distingue, la boca y los ojos se le amplían de alegría y se pone en pie para recibirnos. Lleva unos vaqueros ajustados que contrastan con la camisa escotada de un violeta satinado. Un collar de perlas doradas a juego con los pendientes le da el toque perfecto de elegancia a su atuendo.
Extiende los brazos y me acoge en un cálido abrazo.
—¡Estás hermosa, Anna! —me dice sonriente y, acto seguido, fulmina a su hermano con la mirada antes de abrazarlo—. Sono felice di vederti.
—Yo también me alegro de verte —le responde dándole palmaditas en la espalda.
Reprimo la risa al presenciar la incomodidad de Gianni. Parece un niño pequeño con el cuerpo rígido haciendo un puchero infantil. Tomamos asiento, pedimos una botella de vino para los tres y me explican qué significan algunos platos de la carta. Al final, me decanto por el pescado del día con verduras. Cuando Gianni se burla de mí porque, según él, esa elección es muy básica, Livia no duda en salir en mi defensa amenazándolo con un dedo. Las risas no tardan en aparecer. Los platos los sirven rápido también. Hablamos del trabajo, de la belleza de Positano, hasta que ella comenta la hora de la fiesta de cumpleaños de mañana y Gianni enmudece. Su semblante se oscurece y la sonrisa se Livia se esfuma. Suelta el tenedor sobre el plato provocando un estruendo. El ambiente se tensa.
—Todavía tienes dudas —farfulla ella.
—Lo extraño sería que no las tuviera.
—Quanto sei fastidioso...
—¿Fastidioso yo?
—Sì, fastidioso. Porque si has venido hasta aquí, es para dejar el pasado atrás. Es para...
Gianni posa la copa de cristal en la mesa con fuerza y ambas nos sobresaltamos. Jamás le había visto la mirada cargada de odio que le está dedicando a Livia en este instante. Y ese odio está tan colmado de oscuridad y resentimiento que, por un momento, no lo reconozco. Me estremece.
—Presta attenzione, Livia —le dice amenazante mientras se llena la copa—. Nunca olvidaré el pasado. Ni quiero ni me esforzaré en hacerlo.
—¿Por qué?
—¿Por qué? ¡Porque Chiara no se merece que la olvidemos! ¡Ni lo que pasó!
El volumen de su voz y los puños apretados sobre la mesa me dejan paralizada. Ni siquiera siento que pueda intermediar entre ellos, solo sé que no debería estar en esta conversación.
—Yo nunca he olvidado a Chiara, ¡pero sabes que fue un...!
—¿Un accidente? —se ríe amargo—. Puedes engañarte el tiempo que quieras. Madre y tú. Seguid repitiéndoos eso cuanto queráis. Quizás algún día lleguéis a creéroslo y podáis formar la familia feliz que se rompió hace diecisiete años.
—Fanculo, Gianni! —grita Livia. Pego la espalda a la silla en un intento por retroceder cuando ella se levanta dando un golpe a la mesa—. ¡Tengo derecho a recuperar a mi familia! ¡Todos cometemos errores! ¡Tú abandonaste a mamá, por ejemplo!
—¡Ella nos abandonó a nosotros primero! —vocifera poniéndose en pie también. El cuerpo empieza a temblarle—. Abandonó a Chiara, joder...
—No sabes por lo que estaba pasando madre. Solo tenías once años, ¿cómo iba a contártelo?
—Enhorabuena, Livia. Puede que tú tengas una excusa para perdonarla, pero para mí no hay excusa en el mundo que sirva para justificar lo que pasó. Era pequeño, no estúpido. Y no voy a participar en vuestra mentira, no contéis conmigo mañana.
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©La jugada perfecta (JUPER) (COMPLETA)
RomanceEl presente de Anna está marcado por dos sucesos del pasado que la sentenciaron de por vida: el momento en que su padre sufrió un ictus y ella decidió abandonar su pasión por la pintura para trabajar, cuidar de sus padres y mantener a raya las deuda...