37. Los miedos son deseos encubiertos

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Lo primero que hago al llegar al apartamento es desplazar una de las estanterías para que tape la mancha gris de pintura. Me siento en la alfombra ceniza del salón con el móvil y googleo el nombre de mi exnovio: Kailen Harper. Por supuesto que anteriormente lo he buscado muchas veces, por eso me percato enseguida de que hay novedades sobre él en Internet. «Harper, fundador de un nuevo proyecto en Madrid: Colored Senses». Entro en el enlace, pero la página me redirige a otra en blanco porque están en mantenimiento. O sea, que eso de Colored Senses se está cociendo. ¿Esto era por lo que Vero insistió en que debía ponerme en contacto con Kai?

De inmediato me avasalla el recuerdo de la cantidad de veces que le dije que haberme enamorado de él había sido ponerle lentes de colores a mi vida. Que todo lo que me rodeaba adquiriese tonalidades distintas al blanco y negro habitual. La Anya de aquella época, esa chica que se sonrojaba a menudo, me susurra al oído lo bonito que era sentirse así, el amor, y me esfuerzo por corregirla mentalmente, por replicarle que el amor solo trae quebraderos de cabeza y complicaciones.

La razón por la que Kai y yo tuvimos la oportunidad de compartir una relación fue porque hace años, en lugar de marcharse a cumplir con las prácticas de la universidad en Barcelona, decidió liderar los cargos importantes de la empresa de su padre, una reconocida empresa constructora. Puede sonar irónico, pero tomó esta decisión casi por el mismo motivo que yo tomé la de abandonar el arte: su padre sufrió un infarto. Fue Kai quien me enseñó a que a veces hay que hacer sacrificios por la familia. Él convirtió su pasión en un mero hobby para poder ayudar a su padre. Y fue aterrador contemplar cómo a los años se repetía la misma historia que con su familia, siendo esta vez yo la protagonista.

La misma razón que nos unió, más tarde nos separó. Su nuevo cargo en la empresa requería demasiada energía de él, además de los incontables viajes que hacía al mes. Hasta que llegó el día... Ese día. Kai en Valencia arreglando contratos, yo en Madrid arreglando los trozos en los que mi madre se había roto al creer que mi padre no saldría de esa. El restaurante familiar, cerrado. El móvil de Kai, apagado. Y horas después, cuando los surcos de los ojos enrojecidos me pesaban más que el alma, llegó el mensaje de que debía quedarse en Valencia un mes más. Tendría tanta prisa que ni siquiera se detuvo a leer el que yo le había escrito antes informándolo de mi situación.

Poco después, empezaron las discusiones y...

Salgo de internet para escribirle a Kai.


Anna:

El jueves estoy libre para cenar

Kai:

Genial

¿Dónde te recojo?

Anna:

No necesito que me recojas

Kai:

No seas cabezota

Por favor

Anna:

De acuerdo

Ya te mandaré la ubicación


El timbre del interfono me sobresalta expandiéndome un desagradable calambre por el cuerpo. Lanzo un suspiro al aire y el móvil al sofá mientras me pongo en pie para abrirle a Sammy, que se apresura en abrazarme como si él fuese un koala y yo la rama preferida de su árbol. Sostenemos el gesto cariñoso hasta que le hinco los dedos en el costado y suelta un chillido retorciéndose por las cosquillas.

©La jugada perfecta (JUPER) (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora